El nudo

Son como dos gotas de agua: a ver cómo te apañas para diferenciarlas, decían las visitas a la parturienta que mostraba risueña a las dos ochomesinas. Con el tiempo se vio que Marisa y Maricarmen no eran tan iguales, por más que la madre se esforzase en resaltar el parecido con las mismas coletas tirantes y las faldas tableadas compradas por pares.

***

La desigualdad era imperceptible a simple vista —no mostraba una de las niñas un matiz singular en el azul acuoso de los ojos que ambas compartían ni un patrón desigual en las pecas apiñadas sobre sus narices respingonas, algo porcinas, o un modo característico de refregarse los ojos, por ejemplo—. No; era algo más profundo: un aliento que nacía dentro, en el alma, y fluía por los poros envolviendo sus rasgos univitelinos con una segunda y finísima piel, o más bien un olor diferenciador, no por invisible menos apreciable: suave en una, amenazante en otra. Con ese sentido práctico e intuitivo que caracteriza a los chavales, en la escuela las llamábamos «las Maris», apostillando «la buena» o «la mala» según nos refiriésemos a la cándida o a la irascible. Y ambas se reconocían en esos nombres, que asumían como naturales, complacidas por la suma de cualidades que entrañaban.

Que las gemelas —siempre juntas e indivisibles— aunasen los atributos de sus respectivos caracteres no significaba que el resultado fuese equilibrado, pero el todo era mejor que las partes. Prevalecía en la buena la ingenuidad desinhibida y atolondrada de una inteligencia estancada en la primera infancia y en la mala una ira irrefrenable que la hacía a nuestros ojos —jóvenes novicios en un medio natural en el que eras depredador o gacela— temible y envidiada a un tiempo. Sin embargo, la gemela buena atemperaba en algo los impulsos de la mala, y ésta a su vez disfrazaba con su agresividad la candidez atontolinada de la otra —a la que siempre englobaba en un nosotras cuando hablaba de sus propias proezas— evitándole el mal trago de las burlas.

Los bofetones certeros no era lo que más temíamos de la Mari mala, sino lo que guardaba para sí cuando la presencia de un maestro, un padre u otra autoridad cualquiera le impedía arrearlos. El olor a amenaza se adensaba entonces volviéndose pegajoso, y aún pudiendo huir, permanecíamos inertes —como conejos deslumbrados por faros nocturnos— a la espera de que el adulto se marchase, convencidos de que era mejor un zurriagazo de frente que una vida resguardándote las espaldas: ahí estaba si no, para recordárnoslo, el feo costurón que partía en dos la ceja del Lolo. «Desprendimiento fortuito de ladrillo o paramento similar con resultado de lesión corporal», escribió el agente que levantó al atestado. Y añadió, mientras Lolo animaba con hipidos al enfermero que le suturaba la frente abierta: eso os pasa por hacer el cenutrio en zona de obras. No lo sacamos de su error, pero bien sabíamos que para descalabrarnos la crisma a gusto, el tirachinas de la Mari mala era bastante más eficaz que unos muros mal cementados.

A mitad de semestre se incorporó a nuestra clase un nuevo alumno, al que la gemela mala bautizó de inmediato como el Incinerado. Beltrán Bermúdez era un chaval tranquilo, tímido y apocado, con un lado de la cara quemado y reconstruido a girones y un ojo despestañado que no terminaba de abrirse ni cerrarse del todo. Qué vio la Mari buena en Beltrán, al que la única destreza que atribuíamos era la de metamorfosearse con el pupitre, la pared o una planta haciéndose invisible a todos nosotros, era algo que no alcanzábamos a comprender. Pero la gemela cándida se prendó del perfil intacto del nuevo pupilo —que conservaba la belleza clásica anterior al accidente— y lo premiaba, en clase y en el patio, con una sarta de suspiros, miradas enternecidas y toqueteos indiscriminados que turbaban al chaval hasta tal punto que no hacía más que cubrirse como podía el lado del rostro sin quemar como si fuese ese, y no el otro, el que le avergonzaba.

La Mari mala asistía a los avances de su hermana como tenía por costumbre: pendiente de partirse el pecho con cualquiera que mostrase intención de choteo, algo innecesario porque, conocedores de cómo se las gastaba, nos absteníamos de hacer comentarios y aún de mirar con descaro. La peor parte la llevaba Beltrán quien, acostumbrado a pesar desapercibido, se veía inmerso contra su voluntad en un tumulto de pasiones del que no sabía como zafarse ni podía revelar a riesgo de ser tildado de chivato, o peor aún, de mariquita.

Transcurrían los recreos del alumno dentro del excusado masculino o de la despoblada biblioteca, a resguardo de la coleta bamboleante de la enamorada y de su «Beltraaaaaan» acaramelado; pero el cerco se estrechaba y todos presentíamos que el enfrentamiento frontal con las gemelas, o al menos con la más temible de ellas, no era cuestión de días, sino de horas. Y eso fue lo que ocurrió a un mes escaso de concluir el curso.

—¿No estarás tratando de evitar a mi hermana? —la Mari mala impedía con el pie que Beltran cerrase la puerta del cuarto de baño.

—No le hagas daño, Maricarmen —canturreó la otra—. Beltraaaaan me gusta mucho y quiero que sea mi novio para sieeeeempre.

Encajado entre la pared y el inodoro, el chico se debatía entre las lágrimas y la vergüenza.

—No llores, Beltrán. No me importa nada que estés incinerado —no había sarcasmo en la voz cantarina—. Yo te cuidaré sieeeeempre.

—Ya lo has oído —el tono de la gemela mala tenía algo de amenaza velada—. Tienes la suerte de gustarle a mi hermana. Venga, cógele la mano y dale un beso.

Y así, en el angosto cubículo del váter de la escuela, la gemela candorosa y un acongojado Beltrán se hicieron novios formales de por vida.

La locura larvada de la Mari buena se disparó en ese último mes de curso en forma de pasión volcánica. Beltrán, sonámbulo y taciturno como reo instalado en cadalso, se dejaba abrazar, sorber, besar, alimentar, peinar, acariciar, restregar y chupar, entre los grititos excitados de una gemela y el gesto adusto de la otra, sin oponer más resistencia que la de imaginar con todas sus fuerzas que estaba en otra parte o simular la llamada urgente de la madre naturaleza. En este último caso, la gemela se apostaba a la puerta sin pestillo del servicio, y gritaba al poco «¿Ya, amor mío? ¿Vas pudiendo?». En una ocasión encontramos a las Maris tratando de sacar a Beltrán del cuarto de baño. Estaba encajado en el mismo sitio en el que se había hecho novio a la fuerza, rodeado de cajas de cerillas. Una arcada le había hecho vomitar los fósforos tragados a toda prisa en un impulso por terminar con aquello, y la mancha amarronada de los pantalones hacía pensar que no había sido esa la única evacuación fisiológica. ¿Pero eres tonto o qué, chaval?, exclamó el mismo enfermero que había zurcido al Lolo. ¿Es que querías agujerearte el estómago?

El director recomendó a la madre de Beltrán que el chico no volviese el curso siguiente. Lo de tener la cara así debe ser difícil de sobrellevar y entiendo que esté tentado de hacer tonterías —admitió comprensivo—, pero aquí no podemos estar pendientes de esas cosas, ¿entiende? Con los recortes de educación y esas mandangas bastante tenemos con educar a los mostrencos normales. E imagino que después de las desafortunadas circunstancias del hecho luctuoso —se refería sin duda a los pantalones cagados— el muchacho no tendrá muchas ganas de aguantar las chuflas de sus compañeros. ¿Estoy en lo cierto, hijo?

El Incinerado abandonó la escuela ese mismo día, en una mañana abrasadora como pocas. Le acompañaba su madre, anegada en un mar de lágrimas. El director se despidió de la consternada mujer, a las puertas del centro, con unas palabras de compromiso dichas rápidamente para no alargar la cosa innecesariamente. Cerraba la cancela cuando sintió el impacto en la sien que le hizo caer, primero de rodillas, después tan largo era. «Beltraaaaan, amor mío, no te vayas o me maaaato aquí mismooo», chillaba la gemela buena en lo alto del poyete de la azotea, arañándose la cara. La Mari mala guardó el tirachinas, tomó de la mano a su hermana, obligándola a bajar, y le quitó la cinta que sujetaba la coleta desgreñada. La peinó con los dedos y volvió a colocarle la cola de caballo bien alta, en el nacimiento del pelo, igual que la suya. Dejándola hacer, la Mari buena repetía «Beltraaaan, Beltraaan», como un mantra, hasta que terminó quedándose dormida. El Incinerado no volvió la cabeza pese a los gritos. Si acaso aceleró el paso. Pero en una cosa se equivocaba el director: cagado o no, con las gemelas de por medio nadie iba a meterse con Bertrán Bermúdez.

Aquel verano también las Maris desaparecieron de nuestras vidas. La buena recaló en un psiquiátrico donde, según los chavales del barrio, «iban a abrirle la cabeza para cambiarle el cerebro». De la mala nada supimos, pero dimos por hecho que seguiría a su hermana allá donde ésta fuera, haciéndose pasar por loca si era necesario.

Acerca de Máximo Disaster

Traductora a tiempo completo y escribidora cuando puedo.
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45 respuestas a El nudo

  1. lunapaniagua dijo:

    Ay cómo te he echado de menos. Qué bueno, Carmen, ya desde la foto, je, je, el tirachinas prometía. Como siempre, me pregunto cómo se te ocurrirán esas definiciones. Con lo de los conejos deslumbrados me he reído un montón, y lo de metamorfosearse con todo el pobre Beltrán también. Muy ilustrativo, ja, ja.
    Pues eso, que buenísimo y que me alegro de que hayas sacado tiempo para deleitarnos con unas de tus historias.
    Un besote.

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  2. Es un relato desopilante! Las descripciones de los personajes y de las situaciones son geniales!

    Un gran abrazo, Carmen.

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  3. 🎶aaaaaahmeríodevermetanbellaenelcristal🎶🎶🎶🎶🎶

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  4. Lo que me disponía a escribir en mi comentario, veo que lo ha escrito clavadito Claudia. Sólo se diferenciarían en lo de “desopilante” que en el mío sería “desternillante”. Me he reído mucho, a pesar de las desdichas del pobre Beltrán y del trancazo que tengo encima.
    Por muy iguales que sean dos hermanas gemelas en el físico, se diferencian siempre en el carácter. Será por eso de la ley de compensación… En tu relato lo dejas bien patente. Un abrazo.

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    • Bueno, quizás las diferencias sean un poco extremas en este caso, pero creo que tienes razón: los gemelos que conozco (aunque tal vez sea simple coincidencia: voy a consultar si alguna afamada universidad americana, como la de Michigan, ha hecho un estudio al respecto) son muy diferentes en sus caracteres. Imagino que cuando tu fenotipo es clavadito al de otro, sientes una necesidad imperiosa de buscar alguna diferencia….Un beso gordo, y a tomar infusiones de leche, miel y coñac (esto último bien cargadito). ¡Son infalibles para los trancazos!

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  5. Qué miedo he pasado (*trata de olvidar el parecido con las gemelas del pasillo de «el resplandor») ¡pobre Beltrán!

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  6. Vaya con la gemelas. A cuál más loca. Había que cuidarse de no ser objetivo de ninguna de ellas. Al principio pensé que la buena sería eso, buena; pero me equivoqué.
    Muy bueno. Un abrazo

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    • Qué alegría que te pases por aquí, Lidia: yo misma me quedo asombrada con los personajes. Empiezo diciendo «la gemela buena va a ser un pedazo de pan» y llega ésta y me dice «já, ni lo pienses: menudo muermo». Y así ando siempre: luchando entre lo que yo quiero escribir y lo que escriben los personajes. Un abrazo, guapa.

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      • Jajajaja ese diálogo con los personajes, que acaban ganando todas las discusiones. Sé lo que dices!! Un abrazo. Por cierto, hago un sorteo en mi blog. Por si te interesa. Porque parece que tocando en la configuración he perdido 600 seguidores 😔 no sé si será tu caso. Un abrazo

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  7. evavill dijo:

    Buenísimo!!!!
    Las Maris me han encantado (solo para leerlas, no como compañía)

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  8. Pobrecitas Maris: yo no creo que fueran tan malas… solo que no habían encontrado su lugar en la «society», una por exceso de efusión y la otra por exceso de no sé… ¿testosterona? Muchas gracias, eva.

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  9. marguimargui dijo:

    Tanto monta monta tanto que de tanto cubrir a la loca se llevó todas las hostias la otra. No físicas claro jajahs, la mala fama. Que se la ganó con creces jjj, pero igual solo quería resaltar para que el resto no se diera cuenta
    Uy ya estoy analizando jajsjs
    Besos 😘

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    • ¿Y qué sería la vida sin analizarla? Como un partido de fútbol sin tertulia de bareto. Vamos, un muermo. Lo que espero es que los coles de hoy sean más tranquilos que los de mi niñez…. allá por principios de siglo, porque cuando pienso en el personal que nos juntábamos me acongojo toíta. ¡Buen fin de semana, margui!

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  10. ¡Qué alegría verte de vuelta! Además, con un relato tan interesante y en el que me he visto reflejada jeje. Yo no soy gemela, tengo una hermana un año más pequeña, pero mi madre, melliza, creo que siempre tuvo un poco la espinita clavada de no poder haber compartido modelitos iguales con su hermano, precisamente por ser él varón, así que volcó en mi hermana y en mí aquella tarea pendiente y hasta los 10 años nos vistío exactamente iguales.

    Cosa curiosa es que mi hermana y yo nos parecemos lo que un huevo a una castaña, yo morena y de complexión delgada, mi hermana rubia y más robusta. Eso sí, en el carácter podríamos haber sido «las Maris» (te dejo que imagines cuál de las dos era yo jeje), aunque nunca hubo un Beltrán en nuestras vida…

    Un abrazo y disfruta del fin de semana todo lo que puedas que estamos en el temido diciembre y, en nada, tenemos ahí la Navidad.

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    • Hola, María: ¡qué alegría tener noticias tuyas! Yo tengo cinco hermanos y, cuando veo las fotos, me entra un ataque de risa, todos envueltos en los mismos cuadritos rojos y blancos como papel de regalo (ellos con micropantalones, nosotras con micofalditas) y los cinco con las mismas bailarinas en los pies. No creo que pudiese someter a mis hijos a ese martirio, pero la verdad es que esa estética tiene un puntazo. Sí, este finde pienso dedicarlo a descansar (¡lo necesito!) y a recargar energías para superar lo que se avecina pero a ti te adjudico la tarea del post navideño, ¿eh? Es que, como todos los años, llegadas estas fechas, me enfrento a la misma dolorosa pregunta: «¿Se parará el mundo si dejo de enviar a los clientes las postalitas navideñas personalizadas?» Ay, dudas de freelance … Besitos, guapa.

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  11. Tony Franco dijo:

    Las almas nunca son gemelas.
    Brillante.

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  12. 100% de acuerdo. Me da tanto yuyu oír eso de que «son almas gemelas» como lo de «es una auténtica eminencia en su campo». Siempre he desconfiado de las almas gemelas y de las eminencias, aunque reconozco que no tengo ninguna base sólida, así que debe ser una manía como cualquier otra. ¡Buen fin de semana, Tony!

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  13. saricarmen dijo:

    ¡Cuánto humor en tus historias, Dis! ¡Qué imaginación que tienes! Me gusta mucho y me encantaría que me salieran relatos divertidos; me gustan las bromas y el buen humor; pero a la hora de escribir me resultan todo lo contrario…
    Por acá denominamos como honda, al tirachinas que mencionas.
    ¡Un gran abrazo Dis, y un buen fin de semana!

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  14. Gracias, Sari: tomo nota de la honda, ¡me encanta! ¿Sabes una cosa?: las historias que escribo son bastante dramáticas (por lo general, acaban mal siempre), pero no sé por qué me salen como de broma… ¡y de verdad que no es esa mi intención! Te agradezco muchísimo que me leas y me encanta que te gusten mis cuentos. ¡Espero que disfrutes tanto como yo con los tuyos. Otro abrazo gordo para ti.

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  15. Anónimo dijo:

    Durante su reinado, Felipe II hizo prohibir el refrán : «nunca segundas partesfueron buenas» a cuál de las gemelas se lo aplicamos?
    Buenísimo, Carmen. Fantástico como siempre.
    Besiños palmeirans

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    • Je, je, ¿creo reconocer en el estilo de este anónimo la redacción inconfundible de mi querida Magdalena? Muchas gracias, guapa. Desconocía esa prohibición de Felipe II (siempre me dejas patidifusa con tus citas). ¡Ay mi terrible incultura! ¿Me puedes explicar con ocasión de qué lo dijo? Un beso gordo desde los madriles.

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  16. Raquela dijo:

    Cuánto te he echado de menos y con qué ganas he leído la locura gemela.
    Mi conclusión es que no hace falta estar loca ni tener una gemela para seguir hasta el fin del mundo a tu hermana….doy fe 🙂

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    • ¿Sabes que has entendido a la perfección lo que quería expresar? Al escribir este cuentecillo pensaba en el cariño fraternal, ese que te acompaña a todas partes y que, cuando te sientes un poquillo floja (porque hasta quien es capaz de comerse el mundo con patatas también tiene sus momentos «tontos»), te hace sonreír y pensar: «no estoy sola». Ese cariño que ya vemos en los primeros años de colegio, cuando el hermano o la hermana mayor, con sus tres, cuatro o cinco años a cuestas, está pendiente de que nada le pase al más enano de la casa… Un beso muy muy gordo, Raquela.

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  17. La cosa es que yo tengo tres hijas, dos de ellas mellizas (o «mielgas» que dicen en mi tierra) y un tirachinas. Bueno, de guaje tuve varios y bastante buena puntería. Por fortuna -pienso- ni las mellizas ni mi tirachinas siguieron los derroteros de los personajes de tu historia, Carmen. Y creo que me alegra bastante que haya sido así.
    Salud.

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  18. Querido Julio: si un hijo es una bendición, ¡puedo imaginar lo que es disfrutar de una pareja de «mielguitas»! Por suerte, los personajes de mis cuentos no dejan de ser eso: personajes irreales en situaciones estrafalarias. De toda la historia solo hay algo que creo que es cierto, al menos ese es mi sentimiento como hija y madre de familia numerosa: por diferentes que sean los hermanos y por mucho que se peleen entre sí, se apoyarán en todo momento y ante cualquier circunstancia adversa. Y esto es algo particularmente «visceral» cuando son niños… Un abrazo y muchísimas gracias por encontrar un ratito para leerme.

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  19. Magdalena dijo:

    ¡ Claro ! porque él, no era Felipe I . Era el segundo. ja,ja,ja.
    Besiños palmeiráns, querida.

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  20. ¡Aún me estoy riendo! ¡Pero que torpe soy: tendría que haberlo imaginado! Y yo que estaba a la espera de recibir una erudita explicación histórica 🙂 ¡Buen fin de semana!

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  21. Un relato extraordinario e implacable (también impecablemente construido) que no se puede abandonar una vez que ha empezado a leerse. Como todos los tuyos en los que aúnas talento literario y experiencia vital.
    Las Maris, tanto la buena como la mala, son escalofriantes. El hecho gemelar en sí es inquietante. Con Beltrán aflora toda la compasión que uno puede sentir por quien se ve expuesto a situaciones demenciales. Un abrazo.

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  22. Antonio: me has dejado patidifusa. ¡De verdad que no esperaba un comentario semejante (y sobre todo venido de ti, que tan bien escribes)! Lo curioso de este cuentecillo es que en ningún momento pretendí que fuese cómico, ni mucho menos. De hecho, los tres protagonistas me parecían bastante dignos de lástima: ellas por tener que enfrenarse a un mundo que no entendían (ni las entendía) y el pobre Beltrán por encontrarse, sin comerlo ni beberlo, en una situación demencial, como bien dices, pero perfectamente posible. Muchísimas gracias por tu comentario.

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  23. Mukali dijo:

    Me ha encantado este cuento, Carmen. Dominas la tragicomedia a la perfección, perdona que te lo diga pero como madre de mellis y vividora/curradora presencial (tengo tambien gemelos en clase jaja) creo reflejas a la perfección sus historias y su manera de crecer a duo, la forma atosigante en que estan el uno sobre el otro…muchas veces anulandolo, o la manera en que se alienan contra un tercero, en este caso Beltrán.
    Te voy a decir una cosa, muchas veces somos nosotros los que nos empeñamos en que uno sea bueno y otro malo, como que es más guay diferenciarlos así. Recuerdo que desde que eran muy bebes ya me preguntaban (muchas pero muchisimas personas) ¿cual es el más malo?…¡No hay un malo y un bueno!, olvidadlo…les decía riendo. No lo han olvidado, siguen preguntando y ya es cansino.
    Son diferentes y es fundamental no etiquetarlos para que no crezcan haciendose a un papel que no les corresponde. Mis mellizos te diré: malos y buenos son los dos (¡cuando quieren y segun circunstancias!) …y efectivamente, no se parecen en casi nada, nisiquiera fisicamente.

    Muchos besos Carmen.

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  24. ¡Qué comentario más precioso, Mukali! Estoy totalmente de acuerdo: los etiquetados son terribles y mi experiencia como madre me dice que muchas veces terminan haciendo a la persona. Repítele a un niño que es tonto y terminará convencido de que lo es y será el primero en decirlo de sí mismo. ¡No sabía que eres profe, aparte de mamá por partida doble! Qué preciosa (aunque dura) profesión. Ahora entiendo esa sensibilidad especial que desprenden tus textos. Es un placer leer tus comentarios y aún más tus escritos. Un beso gordo, compañera.

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  25. carlos dijo:

    Sé que un relato me encandila, cuando me sorprendo en medio de la escena. En este la presencia fantasmal se ha extendido desde la primera línea hasta el final. Gracias por compartirlo. Un abrazo.

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  26. ¡Y gracias a ti por leerlo, Carlos! Son historias del pasado que, casi siempre de madrugada, regresan con fuerza… quizás se deba a eso la presencia fantasmal. Un abrazo gordo.

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  27. Me ha encantado: un relato que entra en el territorio del realismo mágico. Con tu permiso lo comparto en https://www.facebook.com/laotraliteratura/

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  28. Mil gracias, Julio: si hay algo que me encanta es aparecer en «laotraliteratura» que considero una iniciativa fantástica. La verdad es que, aunque pueda parecer lo contrario, este relato tiene bastante más de real que de mágico. Un abrazo.

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