Napoleón se compadece de sí mismo

Monólogo dramático en cuatro micro-actos

(incluye aclaraciones contextualizadoras prescindibles para los familiarizados con la biografía del protagonista)

Para mi querida Magdalena

ACTO PRIMERO

Napoleón

¿Pero en qué he errado? ¿De qué se me acusa? ¿De arrancar al pueblo del ostracismo en el que se obstina en permanecer? ¿De arrebatar los grilletes a quien pugna por seguir siendo esclavo? ¿De enseñar por la fuerza a quien prefiere permanecer en la ignorancia? ¿No es lo que un buen padre hace por sus hijos ingratos? ¿No es cierto que la letra con sangre entra?

En el verano de 1769 nace el pequeño Napoleone, en la bella ciudad corsa de Ajaccio, anexionada como quien dice ayer por los franceses. Rollizo, mofletudo, de estatura más bien escasa y dotado de la inteligencia y cabezonería de su madre, el pequeño compagina el aprendizaje de sus primeros y tambaleantes pasos con el análisis exhaustivo de los movimientos políticos y financieros de su padre, Carlo Bonaparte, llegando a la misma conclusión que los muchos acreedores y enemigos de éste: allá donde papá pone el ojo, mete la pata.

Carlo es la prueba palpable de que nada tiene que ver el talento crematístico con el amatorio: cuando Napoleón abandona la casa familiar para perfeccionar la disciplina matemática —en la que da sopas con honda al padre—, la prole de los Bonaparte ha roto la barrera de los dos dígitos y la joven esposa de Carlo, María Letizia, designa a los hijos, en aras de la claridad, por el ordinal indicativo de su relevancia en la línea sucesoria. Napoleón acoge estoico el tierno abrazo materno, las viriles collejas paternas y el griterío indiscriminado de sus doce hermanos y, constreñida el alma por la pena y los muslos por el uniforme almidonado por la siempre detallista Maria Letizia, parte envarado hacia un destino sublime.

Poco sabemos de las cuitas personales o amorosas de Napoleón en esos años juveniles, aunque las imaginamos tan descerebradas como las del resto de los pupilos del internado militar de Brienne. Sí han quedado bien documentadas, en cambio —en forma de brillantes expedientes académicos y un sinfín de partes de trifulcas—, las excepcionales dotes tácticas del cadete y el carácter violento con el que deleita a profesores y compañeros de promoción. De aquella época data el esquivo flequillo tripartito que le acompañará hasta el fin de sus días y la mano bajo la librea que tanto le alivia los ardores de estómago.

ACTO SEGUNDO

Napoleón

¡Siete! ¡Nada menos que siete coaliciones europeas se han enfrentado al gran Napoleón Bonaparte! Y mucho han de temer todavía a este malhadado estadista cuando lo cercan en un risco inmundo olvidado de la mano de Dios, recelando de que una muerte digna en tierra firme lo erija en leyenda. Pero pierden el tiempo: más cordura muestra quien se afana en embotellar la luz del sol que quien pretende impedir a cañonazos el avance de la escurridiza libertad. Por eso, encaramado en esta rocosa cornisa, y aún a riesgo de despeñarme acantilado abajo, grito a los cuatro vientos que lo llevan claro quienes creen que acallarán mi voz por tenerme a remojo. Recurriré, si es preciso, al trillado método de la botella con mensaje enigmático en su interior. ¡Francia sabrá que su Emperador sigue vivo! ¡Temblad quienes habéis conjurado cobardemente contra este gran hombre!

Ni un ápice exageraba Napoleone, porque la Europa absolutista, abanderada por Inglaterra, se las vio y deseó para sacarse de encima a aquel joven imberbe, ambicioso y astuto.

Fogueado en el curso de la Revolución Francesa, donde perfecciona las dotes castrenses que ya se vislumbran en sus primeros años de formación militar como cadete impetuoso, Napoleón se granjea la admiración de un pueblo harto de monarquía y de repartir el jornal entre nobleza y clero, dos estamentos de buen vivir acostumbrados a ser mantenidos por terceros. Incansable pese a un insomnio galopante, comanda varias campañas de saqueo, aquí y allá, para recapitalizar las exhaustas arcas de la hacienda francesa. Este movimiento estratégico gusta mucho a los propios y algo menos a los ajenos, en particular italianos y austríacos, bastante reacios a financiar a Francia sin previo referéndum y a cambio de nada. Los ingleses, poco dados a las manifestaciones emotivas y a quienes la afectación y exquisito acento de los gabachos pone de los nervios, también expresan su profundo malestar.

En 1802 se autoproclama cónsul de por vida con el firme propósito de salvaguardar los principios de la Revolución aun a costa, si es menester, de acabar con la República que los ha engendrado. Redacta, en sus ratos libres, un manual bastante completo que publica bajo el título de «Código Napoleónico» para evitar a la historia dudas postreras acerca de su autoría. Trata la exhaustiva obra materias tan fundamentales como la igualdad del hombre ante la ley, la libertad de expresión o la libre educación de la montaraz juventud francesa, amén de otras cuestiones de carácter más práctico como la revocación de todos los derechos de la mujer consagrados por la Primera República. «Dale libertad a una fémina y la has cagao», zanja las críticas de sus ministros —bastante desganadas, hemos de reconocerlo—. Compendia, en fin, esa carta magna, aquellos aspectos imprescindibles, a juicio del menudo gobernante, para que Francia se adentre en la modernidad más rabiosa al son del pegadizo estribillo de liberté, égalité, fraternité, cuya autor desconocemos pero consideramos francamente bueno, la verdad.

ACTO TERCERO

Napoleón

¿Pero qué haces Napoleón? ¿Hablas con los guijarros del camino? ¿A tal condición has llegado? Asúmelo: Francia no se acuerda de ti y el resto de Europa aún menos. Nadie te reclama. Morirás en esta maldita isla, azotada día y noche por los enloquecedores alisios. Tus huesos doloridos reposarán entre estas piedras volcánicas; eso si la condenada humedad no los pudre antes. ¡Ay mi ardiente Josefina! ¡Ay mi paciente María Luisa! ¡Ay mis adoradas y abandonadas esposas! Cómo no tatarear esa desenfadada tonadilla que dice «una morena y una rubia, hijas del pueblo de París, me dan el opio con tal gracia que no las puedo resistir». Vuestro dulce recuerdo me ayuda a sobrellevar esta porquería de existencia.

Ciertamente, el panorama no es halagüeño para Napoleón, recluido en la Isla de Santa Elena tras la derrota de Waterloo y su segunda abdicación, esta vez en Franz Bonaparte, el jovencísimo heredero cuya tez nacarada, carácter melancólico y vaporosos rizos presagian una vida breve y poco jacarandosa.

Carcomido por el odio y el cáncer, sin más entretenimiento que escribir cartas iracundas que nadie lee, los días transcurren monótonos y la salud de Napoleón decae a ojos vistas. No es ésta la primera aventura isleña del corso, pues ya en 1814 había disfrutado, con motivo de su primera abdicación, de un exilio obligado en la mediterránea Elba, estancia que aprovechó para decorar el islote a su gusto. Tuvo aquella experiencia, sin embargo, un final amable, pues ayudado por varios incondicionales, retornó de incógnito a la Grande France con bríos renovados para enfrentarse a la séptima y última Coalición de potencias occidentales. Esos mismos incondicionales le habían aconsejado, no obstante, cautela en este nuevo proyecto, porque una cosa era rescatarlo de la bella Elba —con un resort digno de un emperador y salidas de ferry cada veinte minutos desde la cercana Córcega—, y otra muy distinta liberarlo de, pongamos a título ilustrativo, la isla de Santa Elena, sin más comunicación que una achacosa carraca portuguesa capitaneada por un ex corsario aún más desvencijado. No tenemos motivos para creer que los fieles incondicionales supiesen que ese sería el destino último de Napoleón, pero en las fechas en las que transcurre esta historia, ese peñón de ultramar era, probablemente, el lugar más inhóspito y siniestro concebido por mente humana en sus cabales.

ACTO CUARTO

Napoleón

¡Malditos seáis, ingleses! El recuerdo de vuestra ignominia desvela mis sueños nocturnos y nubla mis ensueños diurnos hasta no poder discernir dónde acaban los unos y comienzan los otros. ¡Me dejaría fenecer de sed si vuestro repugnante té Earl Grey fuese la única bebida sobre la tierra! ¡Me cortaría los dedos gangrenados por el frío antes que caldearlos sobre una hedionda moqueta inglesa! Y hoy, cuando la sibilina parca roza mi espalda con su gélida guadaña y la debilidad extrema atenaza este cuerpo ajado por el que ¡ay! tantas féminas suspiraban ayer mismo, juro que antes de expirar mi último aliento arrancaré con mis propias manos la inmunda inscripción de «Longwood House» que adorna la lúgubre mansión donde agonizo para reemplazarla por este coqueto letrero de «Moulin Rouge», local de mala vida que tantas alegrías me ha brindado en campaña y aun fuera de ella.

C’est fini o vamos terminando que la vida es corta, si lo preferís. Napoleón jamás regresó a su amada Francia. Moría el 5 de mayo de 1821 sin llegar a descolgar la aborrecida inscripción. ¿Envenenado? ¿De una pertinaz úlcera sangrante? ¿De puritita pena? Nunca lo sabremos a ciencia cierta. Quienes podrían habernos sacado de la duda —su pequeño séquito de criados, su ayuda de cámara, su médico personal, y quién sabe si su asesino— alegaron, por no retrasar más su regreso a casa, «muerte por causas prácticamente naturales». No incurrían en perjurio esos testigos pues ya fuese por una afección galopante, decaimiento profundo o la ingestión de matarratas, nada más natural que Napoleón la hubiese palmado. Daban así carpetazo a un asunto del que estaban hartísimos porque, la verdad, el carácter del emperador se había agriado mucho en los últimos tiempos. «Para muestra un botón», dice nuestro refranero, y valga como botón de nácar la misiva, dirigida a su adorada, por el facultativo que alivió los últimos padecimientos del gran estratega. «El muerto al hoyo y el vivo al bollo —escribía el buen médico— ¡No imaginas cuánto ansío besar tus dulces labios, querida mía! Casi tanto como degustar un boeuf bourgignon regado con un Beaujolais de buena añada. Tenlo todo a punto y no te bañes. ¡El Emperador ha muerto!¡Viva el Emperador!».

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Cuando convives con un adolescente TDAH al que, por suerte, le gusta leer, hay que estrujarse la mollera para hacer la historia un poquito más de andar por casa. Confío en que Napoleón me perdone las pequeñas licencias…

Acerca de Máximo Disaster

Traductora a tiempo completo y escribidora cuando puedo.
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68 respuestas a Napoleón se compadece de sí mismo

  1. rcaulier dijo:

    Muy bueno, me ha gustado much

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  2. lunapaniagua dijo:

    Qué bárbaro, Carmen. Es buenísimo, divertido, educativo, ocurrente y con esas maravillosas descripciones que parece que te salen así, sin más (ay, el flequillo tripartito, ja, ja).
    Seguro que puedes ayudar a muchos adolescentes a aprender (y adultos).
    Un besazo y buen inicio de semana 😉

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  3. Esto está muy bien escrito. Una prosa alta y clara. Enhorabuena.

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  4. Exquisito texto para enfrentar un hecho histórico de gran relevancia, como lo fue la vida de Napoleón, su manera de entender, sentir, pensar y actuar. Un buen ejemplo para dar pie a un buen libro. Mis felicitaciones y aplauso.
    Salud.

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    • La verdad es que del hecho histórico (de grandísima relevancia como bien dices) trato poco o casi nada. Mi intención era, en particular, colocar un par de años que situasen a Napoleón en su época y algo (mínimo) de las circunstancias que le rodearon. El problema, cuando un chaval tiene dificultades para memorizar años y nombres (como me ocurre a mí misma en gran medida) es que no puedes enunerárselos sin más y pretender que los repita como un papagayo (lamentablemente es así como enseñan historia en muchos de nuestros centros escolares): no conseguirá recordar nada y se desenchufará por completo. Si por el contrario dejas caer alguna fecha aquí y allá entre un montón de «chorraditas», ¡voilá!, se hace el milagro y consigue retenerlos (y, con un poco de suerte, siente ganas de investigar más sobre el asunto, lo que le lleva a aprender realmente). El funcionamiento del cerebro es curioso… Como siempre, es un placer tenerte aquí, Julio. Un abrazo.

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  5. evavill dijo:

    Te tendrían que contratar para escribir libros de texto, pero qué salerosa eres escribiendo.
    Y seguro que a ningún estudiante se le olvidaría que las coaliciones europeas contra Napoleón fueron ¡siete!

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    • Joéeee: te puedes creer que cuando he leído lo que dices de las siete coaliciones, ¡me he ido a comprobarlo para ver si había metido la pata!! Es alucinante mi mala memoria: me pongo a explicarle cosas a mi hijo y, de pronto me digo: ¿será así o le estaré contando tonterías? Al menos nos lo pasamos bien los dos. Besos, compañera.

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  6. manoloprofe dijo:

    ¡Muy bueno…! Es que la Historia es así, se escribe con minúsculas todos los días y los libros entresacan pedacitos de ella y la convienten en Historia. ¡Si así lo enseñaran siempre…! ¡Abrazo entusiasmado! 🙂 🙂

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  7. Daxiel dijo:

    Carmen me sumo a la sutileza de narrar con y sin asperezas pues, así, se aprende mejor la historia, que de corrido en letras acartonadas por la tierra, muy bueno

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  8. Israel dijo:

    No podía dejar de ser autocompasivo quien albergara un ego tan desmesurado. Y tú nos lo acercas con tanta gracia y desparpajo que da gusto pasearse por esos párrafos. Me ha encantado, ¡enhorabuena!
    Un abrazo!.

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  9. Tony Franco dijo:

    Me ha encantado el formato y la finalidad. Estupendo.

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  10. Ni dolores de barriga ni postura torera: posando para su primer retrato se estaba aplicando desodorante por sus consabidos problemas de olor corporal. Los veloces pinceles del artista le pillaron de retirada. A partir de ese momento se vio obligado a posar de esa guisa para acallar rumores malintencionados.

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  11. Querido «eltitulomelasuda»: de Napoleón lo había oído prácticamente todo (ataques epilépticos, úlcera sangrante, hemorroides de caballo (acompañadas de una perpetua mala uva) y, en sus últimos años, discapacidad sexual galopante). Sin embargo, nada sabía de su olor corporal. Deduzco por tu «alias» que eres hombre profundamente cultivado, así que te pido disculpas por no haberme documentado debidamente. Gracias, una vez más, por tu sesuda aportación.

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  12. Calauche dijo:

    ¡Magnifique!..(.Hubiera dicho el mismísimo Napoleón al leerte.)
    Igual si hubiera existido en su época el Omeprazol, no hubiera pasado de Coronel: habría tenido tiempo de sestear sin acidez y querer desquitársela con el mundo.
    Nunca lo sabremos.

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    • ¡Querido barón de Mouvaise! Qué honor veros por aquí a pesar de esa indisposición que, según se cuenta en los mentideros de la corte, os mantiene amarrado al excusado. ¡Por favor, considerad esta vuestra casa (y vuestro w.c.)! Comparto vuestra opinión: con un buen puñado de omeoprazol, la historia de Europa habría cambiado una barbaridad…

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      • Calauche dijo:

        ¡ A los chismosos de la Corte, que Belcebú los mantenga confundidos!
        Ya que si bien no he estado disponible, son grandes asuntos de Estado lo que amarrado me ha tenido y no una indigna melopea de rayos, truenos y centellas.
        ¡ Es comprensible que la envidia, mute rauda allí en diarrea, lo que son las diligencias del mejor de los espías!
        No temáis amigos míos que a un Roca yo me encadene, pues pronto re-volveré (con seis balas por tambor) para desplumar en vivo a tanto buen «jablador».
        Saludus Maximus!

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  13. carlos dijo:

    No cabe más encanto para narrar unos vergonzosos hechos. La envidia real fue capaz de aglutinar a los recalcitrantes absolutistas para descabezar la primera esperanza de Europa y sustituir en España el primer gobierno eficaz y modernizador de Don Pepe Botella por fernandito séptimo un Borbón, vivan las caenas, usurpador, felón, advenedizo que ni siquiera merece una mayúscula por generar una estirpe de feos que necesitó la enristrada colaboración de la guardia de palacio para perdurar. En resumen Carmen que me ha encantado. Un besazo.
    Aunque revisaría la fecha de 1982 para el consulado que se antoja sospechosa…

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  14. Ostras, Carlos: ¡tú si que lo explicas bien! Y, copiando descaradamente a alguien, ¡me voy pitando a arreglar una gotera gorda y regreso en un momentito de nada! Un beso bien grande.

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  15. Está fantásticamente bien escrito y narrado. Me sumo a los elogios y a esa reflexión de que ojalá así se redactaran todas las crónicas y libros de historia. Pobre hombre. Me he reído especialmente con lo del «puritita pena», jajaja. Y tengo una duda morbosa, quizá ingenua: cuando el médico le dice a su querida «no te laves»… eso va por… ¿el olor? ¿es lo que estoy pensando…?
    También me he preguntado, no por cuestionarte, cuando iba leyendo, cúal era la razón, por qué escribías sobre este gran personaje. Bueno, es absurdo, cada uno escribe de lo que quiere y puede ser por pura admiración, homenaje, hobby o mil millones de cosas más. Pero al mencionar ese adolescente, creo que tu hijo, no sé, se aclara bastante la motivación. Muy ameno y divertido.

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    • Hola what: je, je, ¡te has fijado en la única parte morbosa de la historia (y mira que está puesto casi de pasada)! Esa chorrada viene de una biografía muy entretenida que leí hace tiempo sobre Napoleón. Al parecer mantuvo una volcánica relación con su primera esposa, Josefina. Después de las grandes batallas (siempre acompañaba a sus tropas), solía enviar un correo que decía más o menos lo siguiente: «Amada mía: estaré a tu lado de aquí a tres días. Ni se te ocurra bañarte». No sé, pero me pareció tan flipante (no sé si por lo tierno o por lo guarro), que esa frase se me quedó grabada. Y en esta historieta la puse en boca del médico…Un abrazo.

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      • ¿Y ya está? Jajaja. ¿Solamente me contestas a esto? Si, me llamó la atención. En realidad no me ha extrañado ese detalle, al contrario. Recuerdo una vez, yo no sé si coincidiría más o menos con aquella película de Amadeus, o que Amadeus era simplemente un buen ejemplo, que alguien me dijo que contrariamente a las apariencias, en la época de la Ilustración y esos siglos entre el Renacimiento y el XIX, por simplificar, que la gente, incluyendo la nobleza y gente rica, en realidad eran muy guarros. Que raramente se bañaban y que lo enmascaraban todo con perfumes y potingues. Bueno, alguien habrá investigado y escrito sobre todo esto, seguro. Cuadra con tu observación del médico…

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        • ¿Pero te parece poco la parrafada que me he marcado?? ¡Aciertas de pleno con mi hijo! Tanto él como yo tenemos un grave problema para memorizar (y te aseguro que te hace la vida bastante complicada no recordar, por ejemplo, como se llama tu vecino, con el que hablas todos los días). Esto te obliga a buscar «truquitos» todo el tiempo: reglas mnemotécnicas, cientos de post-it, agendas, tropecientas anotaciones que luego no recuerdas qué diablos querías recordar con eso… Te puedo decir que cada vez que escribo un cuentecillo, la posibilidad de que la mitad de los nombres y cifras estén mal escritos es del 100% (en este mismo, no he acertado con ningún año, como bien se ha dado cuenta mi amigo Carlos, que está en todas). En fin, rollos aparte: la única forma de estudiar cualquier cosa que emplee cifras o nombres es inventando historietas, y en ello estamos. Para quienes tenemos este problemilla, ¡internet es la salvación!! Un abrazo, querido what (je, je, añádele el «son» al final y me siento como el mismísimo Sherlock Holmes).

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          • What… son, jajaja, ni siquiera se me había ocurrido. Hace tiempo que barajo cambiarme este knickname tan extraño, pero no doy con el adecuado, el definitivo. Para tu información apunto que viene de «What goes around comes around», que es una canción de Justin Timberlake y también un dicho en plan filosófico. Ahora sí, parrafada de luxe. Vale, tu hijo. Pues es un poco fuerte lo que me cuentas de los problemas de memoria. Por otro lado siempre ha sido un problema mezclarlo con las asignaturas a estudiar, y bastante un defecto estructural del sistema educativo. ¿Para qué tanto memorizar, después de todo? Olvidamos casi todos los datos concretos, cifras y fechas con el paso de los años. Muy imaginativo y meritorio emplear estos truquitos y estas historietas para ayudar y para enganchar en el estudio. Ya veo que el aplauso es unánime. Me caes bien.

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  16. Lo del «pobre hombre» mejor entrecomillado. Me refería más bien a ese exilio y final. Está claro que ese pequeño gran hombre dio mucha guerra, nunca mejor dicho, y que debía ser bastante prepotente y egocéntrico, el poder se te sube a la cabeza…

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  17. ¡Genial lección de Historia! En mis años de estudio utilizaba una técnica muy similar para memorizar biografías, fechas o eventos. Me falta tu talento, pero les ponía voces, los dotaba de emociones, hacia que se enfadaran… Son historias que no ocurren sin razón sino por decisiones de personas, así que es mejor dotarlas de cierto realismo e imaginar a sus protagonistas como las personas que fueron.

    Años después, como profesora en un centro de apoyo escolar, usaba la misma técnica con los alumnos y la verdad es que da buenos resultados y, con un poco de paciencia, acaban entrando en el juego, que es de lo que se trata. Eso sí, luego, para el examen, hay que recordarles que se ciñan a fechas, eventos y personajes, que alguno todavía recuerdo mostrándose orgulloso su examen, aprobado, sí, pero bastante imaginativo también…

    Un beso

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  18. Aunque varias veces te he oído (o mejor dicho, leído) comentar que eres despistada, me cuesta trabajo creer que sea así, con esa mentalidad analítica y de «cabeza bien amueblada» que desprenden tus publicaciones. ¡Me da la impresión de que se trata de despistes «selectivos»! Estoy segura de que los chavales del centro de apoyo agradecerían infinitamente eso y no el estudio «convencional» memorístico a base de hincar codos. Es en esos detalles en los que se demuestra la verdadera vocación de enseñar. Estoy convencida de que muchos chavales brillantes han quedado en el camino sencillamente porque no pudieron estudiar de esa forma: soy una firme convencida de las «inteligencias múltiples». Hay quien aprende memorizando y quien lo hace a través de la lógica o la música o las ilustraciones o la manipulación. Descubrir la vía de aprendizaje adecuada es el camino hacia el éxito de un niño con dificultades, entendido este como el sentirte bien contigo mismo. Un besote.

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  19. Magdalena dijo:

    Querida Carmen:
    Ante todo muchísimas gracias por la dedicatoria, mi imagino que esa seré yo, y si no lo soy, mira, me ha hecho mucha ilusión ver el nombre de la «llorona» en tu hermoso e inteligente texto dedicado al nacido en la isla de Córcega y amigo del hermano de Robespierre, cuando este, era cabeza de los descabezadores y que luego él, también fue descabezado. No recuerdo quien me contó o leí que, sus admiradores le habían pedido a Beethoven que le dedicase su «tercera sinfonía» Y Beethoven haciendo oídos sordos, lo mandó al carajo, (traducido a mi idioma «ó carallo»), perdón.
    Pero como a todo tirano le espera su Waterloo, de allí se marchó con el rabo entre las piernas a comer «crepes» a París.
    Me ha encantado tu relato, Carmen. No nos dejes esos intervalos tan dilatados sin tus palabras tan bien hiladas. Un besazo para el inspirador de tal relato. Guille, te quiero.
    Besiños palmeiráns, Carmeliña.

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  20. ¿Qué otra Magdalena podía ser que aquella que de vez en cuando te tira de las orejas para que no te duermas en el sueño de los justos? No tenía ni idea de lo de Beethoven y, menos aún del desplante carallil. Qué pena no tener algo de tus conocimientos… esa habría sido una escena divertida entre dos personajes que tanto comparten: edad, relevancia histórica, infancia como niños prodigio y apostaría que también un grandísimo ego. Un beso, guapetona, ¡es una suerte poder contar contigo!

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  21. Mayte Blasco dijo:

    Te ha quedado genial. Los libros de Historia de la ESO deberían ser así, o al menos incluir algunos fragmentos de este tipo para enganchar a los chavales. Un abrazo

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  22. Quizás habría que modificar un poquillo el lenguaje para que fuese menos «repoludo». La verdad es que he visto blogs de profesores de historia (que sí saben de lo que hablan y no como yo que tiro de Wikipedia) fantásticos. No se trata tanto de poner chorradas cómo de contar la historia como algo vivo, real (supongo que esto es aplicable a todas las asignaturas). La generación de mi madre se sabe a la perfección toda la ristra de Reyes Godos. Me pregunto que utilidad tiene eso más allá de demostrar una estupenda capacidad de memorización (no le quito mérito, ¿eh?). Creo que quien más y quien menos tenemos particular aprecio a una asignatura simplemente porque el maestro hizo que nos gustase, y eso exige muchísima dedicación. Y lo digo con conocimiento de causa porque soy hija de una estupenda maestra. ¡Muchas gracias por tu comentario, Mayte!

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  23. Muy bueno Carmen. Contada así la historia en el cole sería mucho mas atractiva. Un abrazo.

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  24. Con el soliloquio entre cómico y con visos de humor negro que le endosas a Napoleón y las aclaraciones históricas con las que lo completas, las que creíamos tener una ligera noción de Historia nos damos cuenta de nuestra supina ignorancia. La gracia que le insuflas a la biografía napoleónica -dejando también patente la idiosincrasia de los países que influyeron en su destino- es para reír, sonreír y… ¿llorar? También. Pero de risa. A pesar del triste final del corso.
    Que Internet es la salvación de los desmemoriados, afirmas… Al menos no siempre. ¿Cómo buscar un sinónimo para el vocablo o expresión que has olvidado? Mi recurso es acudir al abecedario. Figúrate que estás en un concurso tipo “Saber y ganar” y la palabra buscada comienza por la Z…
    Después de leer los comentarios y tus respuestas, me doy cuenta de tus magníficas dotes pedagógicas. Deberías hacer caso a los comentaristas que te sugieren escribir cuentos didácticos sin abandonar esa chispa de humor ingenioso.
    Un fuerte abrazo.

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  25. En cuanto a la “Heroica”, tiene razón Magdalena. En principio iba a ser dedicada a Napoleón. La idea se le ocurrió al general Bernadotte -por el que Beethoven sentía un gran aprecio- durante su estancia en Viena como embajador de la República francesa.
    Pero más tarde Beethoven se lo pensó mejor y le dio el cambiazo dedicándosela a su amigo y mecenas príncipe Lobkowitz. Musicalmente hablando, la “Heroica” tiene reminiscencias de Bach y Mozart, seguramente para dejar constancia de la admiración que Beethoven sentía por estos compositores.
    Por asociación de ideas me acabo de dar cuenta de que en tu relato o monólogo teatral no has mencionado a Desiree… Si hubieses visto la película interpretada por Jean Simmons y Marlon Brando, seguro que no te olvidabas.
    Besos

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  26. Querida Palmeirana: me quedo con la boca abierta de tu sapiencia (acerca de prácticamente cualquier materia). De hecho, me he lanzado a internet para informarme de Désirée y, efectivamente, veo que ocupó un lugar (no sé si demasiado lucido) en las vidas de un par de Bonapartes. Agradezco tu explicación, informada, interesante y amena, lo que me lleva a preguntarme: ¿será verdad que es tan desmemoriada como dice? Porque a juzgar por las entradas de tu blog y tus comentarios, me parece que tienes una memoria excelente. Te envío todo mi cariño.

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  27. Magdalena dijo:

    ¡ Cuánto sabe mi querida despistada ! porque palmeiralibre de desmemoriada no tiene nada, es puro despiste simplemente. Ya quisiera yo tener su memoria y sapiencia.
    Referente a la sinfonía que no le vino en gana dedicársela al de la mano en el pecho, para resarcirnos a los oyentes, compuso la «novena» y se la regaló a Miguel Ríos para que la cantara.
    En cuanto al córcego, con la rabieta, le dedicó a la casquivana Josefina más de 300 misivas en las que aludía en todas ellas, las «íntimas fragancias naturales de su musa».
    Bueno, después de estas bromas, quiero darte las gracias (muy en serio) por tu dedicatoria. Un placer, y muy agradecida, te mando besiños palmeiráns. Con la borrasca «Gisele» te llegarán volando.

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    • ¡Y qué lo digas, y tú no le vas a la zaga! Voy a apropiarme de las palabras de note: ¡Pero hay que ver la cantidad de sabios que se pasa por aquí! La verdad es que es un placer leeros. Como decía alguien: hay blogs en los que lo pasas mejor (y aprendes más) leyendo los comentarios que la propia entrada. Un beso gordo.

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  28. Es una maravilla de texto, me iba enganchando a medida que leía como si se tratara de una policíaca, ¡Qué intriga! ¡Qué sonrisa me dibujas siempre en la cara! Y para colmo esta tertulia con todos estos sabios haciendo alardes de música, de historia, de humor…tengo que decir que estoy de acuerdo con lo que dicen todos y cómo lo dicen (porque no tengo personalidad, eso también)
    Ese Guille debe de ser un tipo estupendo y se lo pasará de miedo contigo Máximomenteprodigiosa!
    Aquí los besos, (me quedaría a seguir leyendo a unos y otros pero son las tantas y veinte y apago ya, que mañana Pablo madruga☺️😙😙)

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  29. ¡Qué comentario tan preciosísimo, note!! Y cuanto siento no haberte contestado antes: vuelvo a estar «missing» durante una temporadita y apenas tengo tiempo para nada. Je, je, ¡ya está el móvil quitándote tiempo de sueño (me da como de costumbre)! Para mí que Guille más bien piensa que soy una plasta integral, pero como no tiene otra madre a mano ha optado por poner al mal tiempo buena cara. Un beso, guapetón (extensible a super-Pablo).

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  30. Me ha encantado esta clase de historia en vivo y en directo! Y te confieso que este personaje me cae mucho mejor ahora, gracias a ti! Ahora en serio, estás tardando en escribir un libro de texto para niños/grandes, que nos reconcilie con la asignatura perdida en la memoria.
    Abrazos

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  31. Napoleón no sé pero yo he disfrutado tanto con el este monólogo dramático convenientemente contextualizado que te absuelvo de cualquier licencia o imprecisión. No hay duda de que «l’Empereur» fue de armas tomar. Una de las más consumadas contradicciones históricas. En Francia lo siguen amando, creo. Fuera del país vecino somos más críticos.
    Recuerdo la descripción y la valoración que de la invasión napoleónica hace Tolstoi en «Guerra y paz», y cómo, a través de sus personajes, radiografía al Gran Corso.
    Has escrito un texto lleno de hallazgos y sumamente instructivo.
    Por cierto, un amigo de mi hijo mayor va a bautizar a su primer retoño con el nombre de Napoleón. Todavía no lo puedo creer y, francamente, espero que reconsidere esa decisión. Es un nombre que pesa demasiado. Un abrazo.

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    • Querido Antonio: sabiendo que no se te pasa detalle alguno, estoy segura de que habrás identificado cinco o seis fallos tirando por lo bajo ¡así que recojo esa absolución con los brazos abiertos y la guardo como oro en paño! Es cierto que Napoleón es una consumada contradicción (con todos su claro-oscuros) y por eso resulta tan apasionante su personalidad (más allá de los amores y odios que despierte). ¿De verdad que el amigo de tu hijo quiere llamar así a su retoño? Yo conozco a otro papá que ha tirado por el «Trotski». Ambos entran en la categoría de «nombres que forjan personalidades». O el chaval es de armas tomar (y lo sobrelleva con alegría) o le auguro que el «Napoleón» será como una losa. Pero nunca se sabe… Un abrazo.

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  32. Querido Antonio: sabiendo que no se te pasa detalle alguno, estoy segura de que habrás identificado cinco o seis fallos tirando por lo bajo ¡así que recojo esa absolución con los brazos abiertos y la guardo como oro en paño! Es cierto que Napoleón es una consumada contradicción (con todos sus claro-oscuros) y por eso resulta tan apasionante su personalidad (más allá de los amores y odios que despierte). ¿De verdad que el amigo de tu hijo quiere llamar así a su retoño? Yo conozco a otro papá que ha tirado por el “Trotski”. Ambos entran en la categoría de “nombres que forjan personalidades”. O el chaval es de armas tomar (y lo sobrelleva con alegría) o le auguro que el “Napoleón” será como una losa. Pero nunca se sabe… Un abrazo.

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    • Creo que es más bien la mujer de ese amigo de mi hijo y su familia, que son guatemaltecas, las que han elegido ese nombre. Pero, en fin, el padre, del que ayer fue nuestro día, algo tendrá que decir al respecto.
      Por cierto, tuve un alumno peruano que se llamaba Stalin. Cuando me dirigía a él, utilizaba siempre su apellido. Debía de ser de Sendero Luminoso o de algún grupúsculo todavía más allá.

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  33. Un escritor es el que ama la palabra. Un escritor es aquel, que se va a la cama llevándose una historia y se levanta con los dedos palpitándole por contarla. Un escritor es el que se deleita por la palabra, el que la paladea como el buen vino, el que sabe su valor. El que modula la idea, poco a poco, para crear un mundo en el que habitarán sus pensamientos. Un escritor es el que ríe y llora con sus propias letras, el que las acaricia con la mente, el que las lleva en el espíritu. Un escritor, en suma, es un apasionado por la creación. Bravo por tus escritos.

    Te invito a leer mi entrada más reciente.

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  34. Gracias, LaGacha: ¡qué bonita reflexión! A ello me pongo.

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  35. Mukali dijo:

    Ay, Carmen!
    que arte para contar, tienes madera de profe, discurso pa politica y humor para guionista de comedia…. que si, que si! que así es como hay que engañar a la mente para que recuerde los aburridos temas de Historia …engarzando con pequeñas tonterías que al fin y al cabo son lo que llama la atención e identicamos al instante. Sobre el tema Napoleon, mi chico tambien podría hablar largo y tendido sobre el tema, aunque yo me voy hoy de aquí con algo más que la lección aprendida… 😉

    Un abrazo, guapa.

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  36. Gracias, compañera del alma. ¿Profe yo? ¡Ni jarta de vino! Me hace mucha gracia tu comentario porque precisamente esta mañana te he soltado un rollete en tu entrada fotográfica (buenísimas las fotos, por cierto), contándote cuando decidí que jamás sería profesora: ¡esa sí que es una profesión de riesgo! En mi opinión, docentes en general se tienen ganado el cielo con creces. ¿Tu chico es profesor de historia o similar? Agggg, ¡entonces que no lea mi cuentecillo! Un abrazo, mukali.

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  37. Kirke Buscapina dijo:

    Esta versión de la Historia de andar por casa me gusta mucho más que la oficial. Se pueden contar cosas serias con humor y ese tono tan desenfadado me ha gustado muchísimo. Si mis profesores de Historia hubieran tenido el mismo tacto, e ingenio, para enseñarme la asignatura lo mismo yo no habría tomado el camino de la Ciencia. Quién sabe.
    Y, por cierto, estoy completamente de acuerdo con Napoleón: Dale libertad a una fémina y la has cagao. Tonto no era, no.
    Un abrazo.

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  38. ¡Kirke!: este comentario sí que no me lo esperaba. ¡Menuda ilusión! Je, je, la verdad es que no te veo cambiando de rumbo aunque tuvieses un profesor de lo más enrollado animando la clase con chascarrillos históricos. He sido fiel seguidora de «Leer, el remedio del alma» y te he acompañado en tus aventuras como doctoranda, madre e incluso mujer atacada de los nervios, así que no me engañas: ¡lo tuyo es la ciencia pura y dura! Y me encanta que haya mujeres brillantes en un terreno que no hace tanto estaba copado por los hombres. Un beso gordo.

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  39. Cuánto tiempo sin aparecer por la blogosfera. Espero que todo vaya bien. Saludos cordiales.

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  40. magdapalmeira dijo:

    Toc, toc. ¿ Hay alguien por aquí ?
    Dejo besiños palmeiráns dentro de la maceta, para que puedas recogerlos cuando quieras. Estoy impaciente por ver la puerta de la «Cultura y el Entretenimiento» abierta.

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  41. Vuelvo aquí a ver si te encuentro y te envío cariños

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  42. Calauche dijo:

    Carmiña:
    Hemos llegado a temer que
    -como miles de gallegos antes,-
    hayas tomado o camiño
    de los viejos navegantes.

    -Grita presente si no es molestia. Nos tranquilizarías.
    Salud

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