Los piononos desaparecidos

La reproducción total o parcial de este texto no está prohibida en absoluto porque es una satisfacción para mí que pueda utilizarlo toda persona que lo considere útil. Os ruego, sin embargo, que si hacéis uso del mismo, no olvidéis citar su procedencia y autoría.

PERSONAJES
INSPECTOR DISASTER (archi-afamado inspector)
JULIAN (portero)
CLOTILDE (vecina del 2º A)
VOLFRAMIO O VOLFRI (propietario del Volfri’s Kiosco)
MARITÉ (vecina del 2º B, pero de la vivienda de enfrente)
MARCIAL (vecino de Marité)
GUMERSINDO (dueño del bar «El Calamar Frescachón»)
MUCHACHO (repartidor de la mantequería «El Pionono Picantón»)
SEÑOR DE TOLEDO (jubilado)
ARTURÍN (gato con complejo de perro)
GALLO PORTUGUÉS (adquirido en un mercadillo de Torrevieja)

EL MISTERIO DE LOS PIONONOS DESAPARECIDOS

Micro-obra teatral

ACTO PRIMERO

NARRADOR

El día ha amanecido plomizo y sofocante. Gruesos goterones, exprimidos aquí y allá, anuncian la llegada de una tormenta de primavera. La parca lluvia se transforma en diluvio sin solución de continuidad. Máximo alza el cuello de la gabardina en inútil intento de protegerse de lo que ya es una tempestad en toda regla. Seca el rostro con el reverso de la manga. Sigue pedaleando.

INSPECTOR

No falla, plancho la gabardina y caen chuzos. (Se oye un politono) ¿Dónde he dejado el maldito teléfono? (Palpa los bolsillos con urgencia sin darse cuenta de que lo tiene en la mano. Contesta). ¿Aló? Aquí Máximo Disaster. Efectivamente, caballero, el del spot radiofónico de «veinticuatro horas del día al servicio de la ciudadanía». Tranquilícese, probo ciudadano, que no se le entiende nada. ¿Qué dice que le pasa a la becerra de Manuel? ¿Qué no es una becerra? ¿Por qué se empeña entonces en llamarla así? Y dígame, ¿el tal Manuel es Manuel o tampoco? ¡Ah, que el suceso ha ocurrido en la calle de Manuel Becerra! Pues haber empezado por ahí, hombre de Dios. Por suerte, me pilla a bordo de una eco-bici a escasa distancia del lugar de los hechos. (Chapoteo y ristra de maldiciones). ¡Maldita sea! ¿Pero quién ha puesto aquí un charco del tamaño del embalse de Volgogrado? Caballero, ¿sigue ahí? No toque el cuerpo del delito y entreténgase haciendo algo para matar el rato mientras llego. ¿Por qué no me prepara unos espagueti al dente?

UN PAR DE HORAS DESPUÉS…

JULIÁN (también conocido como «El Gandul»)

(Haciendo grandes aspavientos) Inspector, ¡menos mal que ha llegado! Lo ocurrido es ¡indescriptible! ¡Inconcebible! ¡Inverosímil!¡Imposible! ¡Indivisible! ¡In…

INSPECTOR

(Abofeteándolo dos o tres veces) Perdóneme, caballero, pero había entrado usted en modo bucle. De su pormenorizada exposición telefónica deduzco que en el caso que nos ocupa han intervenido un vecino, un gato y un gallo, ¿cierto? ¿De quién es el gallo? ¿Cacarea puntualmente?

CLOTILDE (vecina del primero, entreabriendo la puerta)

Mi querido Inspector: ¡qué bueno que haya venido! (retiene a Disaster por la manga). No me malinterprete, no es que me alegre de que Críspulo la haya espichado, pero siempre es un placer conocer a un guapo mozo como usted. Espere un momento. Me pongo la rebequita de entretiempo sobre la bata y les acompaño. He sido yo misma quien ha avisado al gandul… quiero decir, el portero, de que ocurría algo raro en el 2º A.

INSPECTOR

¿Qué le ha llevado a pensar tal cosa? O mejor, ¿qué le ha llevado a pensar simplemente?

CLOTILDE

Todos los días, a las nueve en punto, Críspulo baja a pasear a su chucho. Bueno, en realidad es un minino convencido de ser can, pero Críspulo teme entristecerlo si le confiesa la verdad, así que le pone el collar y lo saca un rato a que ladre a los niños que se enlodan en los charcos. Como le decía, todos los días, desde hace trece años, baja con el gato-perro a las nueve en punto…

INSPECTOR

¿A las nueve en punto? ¿Está segura? ¿No tiene ni una duda razonable?

CLOTILDE

¡Qué duda voy a tener si llevo trece años apostándome en la mirilla a la misma hora! Pero hoy Críspulo no ha aparecido en la escalera y eso es inaudito.

INSPECTOR

Entiendo. ¿Qué ha hecho entonces?

CLOTILDE

He subido y aporreado la puerta y, al no recibir respuesta, he avisado inmediatamente a Julián, a quien he encontrado perdiendo el tiempo como de costumbre.

JULIAN

Advertido por Doña Clotilde y temiendo que el Sr. Críspulo pudiese estar indispuesto, me he tomado la libertad de abrir la puerta con esta ganzúa que conservo de mi ocupación anterior. ¡Y, tate!

INSPECTOR

¿Tate? ¿Estaba acompañado por otro vecino?

JULIÁN

No, quiero decir que allí estaba el sarao, la movida, el mogollón, el desastre… Perdone Inspector, no quería faltarle al respeto…. ya me entiende… Críspulo no tenía muy buena cara. Ni tampoco lo demás, si le interesa mi opinión.

VOLFRAMIO (se suma al grupo)

Buenos días, caballeros. Disculpen la entrada intempestiva. Para quien no me conozca, soy Volframio —Volfri para amigos y enemigos—, propietario del «Volfri’s Kiosco» de la esquina y cuñado de una prima tercera por parte de madre del marido de la señora con rulos acodada en la ventana de enfrente cuyo rostro cubre púdicamente con un visillo traslúcido.

INSPECTOR

Entiendo. ¿Y qué le trae por aquí, buen kiosquero?

VOLFRAMIO

Más bien quien me envía. Dice la Marité —así se llama la susodicha que, por cierto, le pide disculpas por no personarse ella misma, Inspector, pero no quiere abandonar el puesto de vigilancia—, que esta mañana ha visto desde su ventana cómo Críspulo se desayunaba y llenaba con el mismo potingazo la escudilla del gato-perro.

JULIÁN

Ya. ¿Y qué tiene eso de raro? ¿Esperaba que la invitasen?

VOLFRAMIO

No, no es eso. Críspulo es muy maniático y desde hace trece años siempre repite la misma rutina: desayunarse un kilo y cuarto de piononos, servido puntualmente por el muchacho de la pastelería, y ponerle la comida al gato. Desaparece después durante un tiempo prudencial —Marité sospecha el motivo pero, como buena profesional del chismorreo, prefiere ceñirse a los hechos y no perder el tiempo con suposiciones— y regresa a esta salita a hacer sus ejercicios matinales. A qué dedica el resto de la mañana, lo desconoce, porque desde la ventana solo divisa esta parte de la casa. Pero esas tres cosas las repite todos los días y siempre por el mismo orden.

INSPECTOR

Creo que lo narrado me permite establecer una primera hipótesis de trabajo: la organización del chismorreo es excelente en este distrito. Quiero expresar mis más sinceras felicitaciones a la comisión vecinal responsable. Julián, indíqueme la exacta posición del finado. Y usted, Volfri, pídale a la señora Marité que tome notas mientras fisgonea: así me evita tener que redactar el informe. En lo que a todos ustedes se refiere, y en tanto no descubra al culpable, considérense sospechosos. Les ruego eviten abandonar la manzana.

CLOTILDE

Qué cosas tiene, resalao. ¡Cómo vamos a irnos para una vez que ocurre algo interesante! No se preocupe, nosotros nos sentamos aquí, en la salita; pedimos unos piononos para ir matando, con perdón, el gusanillo, y de paso le hacemos compañía a usted y al muerto.

ACTO SEGUNDO

NARRADOR

Julián, precediendo a Disaster, se adentra por el enmoquetado pasillo que acaba en una puerta. Críspulo yace de espaldas sobre el suelo, con ambas piernas separadas. Apoya la nuca y parte superior de la espalda contra la puerta cerrada y mantiene el brazo izquierdo extendido, con la mano todavía asida al pomo. Cubre los ojos con la mano derecha, como si le molestase el sol, algo poco probable dado lo umbroso del pasillo. Exhibe restos resecos en ambas manos, probablemente de sangre coagulada. Su rostro muestra un extraño rictus de… ¿una sonrisa?

INSPECTOR (aproximándose al finado)

Salvo por la porquería reseca de las manos, la figurita del gallo portugués de hierro macizo —estimo que de unos tres kilos y medio—, el llamativo hematoma de la frente y el gato-perro durmiendo a pata perdida, no parece haber nada reseñable en la escena del delito más allá del mal gusto del propietario de la casa para elegir su ropa interior. Obviamente nos enfrentamos a un asesino cuidadoso: no ha dejado huellas ni arma del crimen. Veamos, ¿qué hay tras esa puerta? ¿Y por qué está el finado en gayumbos?

JULIÁN

Dado que este edificio alberga minúsculas viviendas sin calefacción -lo que la constructora denomina «estudios» y los usuarios «una caca»- y teniendo en cuenta que la única salita polivalente está ocupada por la mitad del vecindario, esa estancia debería corresponder al mismísimo inodoro. Lo de los slips felinos tiene peor explicación porque la temperatura de la casa no acompaña para pasearse con tan escasas prendas.

INSPECTOR

Aja, interesante. Y esto me lleva a formularme la segunda pregunta: ¿entraba o salía el finado del baño?

CLOTILDE (desde la sala)

¿Es qué tiene eso importancia?

INSPECTOR

Pudiera ser. Si entraba, cabe suponer que Críspulo iría a lavarse las manos y, en ese caso, es muy probable que los restos sean de pionono. Si salía… prefiero no preguntarme qué puede ser esa cosa….

Pasemos a la tercera pregunta: ¿quién podría tener motivos para quitarlo de en medio? O mejor aún, ¿quién podría no tener motivos para quitarlo de en medio con el jari que monta ese gato? Si tal intensidad sonora alcanza privado de conciencia, no quiero ni imaginar cómo será si llega a recuperarla.

Reúnase con los demás en la salita, Julian. Quiero confirmar un par de detalles triviales y acudo a asombrarles con mis dotes deductivas.

ACTO TERCERO

NARRADOR

El Inspector analiza el pomo de la puerta. Se aproxima ahora al gato, cuyos estruendosos ronquidos se interrumpen en breve disnea para arreciar de golpe con mayor intensidad. Observa los mismos restos en las patas. Desde la salita, Julián, Clotilde y Volframio no pierden de vista sus movimientos. Dan muestra de nerviosismo.

JULIÁN (hablando para sí)

Harto me tenía Críspulo con el tiñoso del gato. Mira que se las trae el animal, porque es verme y ponerse a bufar. Y él riéndole las gracias. No será porque no se lo haya advertido: «Críspulo, como el gato no deje de mearme la escalera le atizo con la escoba hasta que aprenda a maullar en fa mayor». Pero uno habla con tanta delicadeza que no se le entiende. Pues a mí no me cargan lo del minino, quiá. Admito que en un sinqueriendo se me haya caído al cubo de la basura purgante suficiente para volver del revés a una piara de rinocerontes. ¿Pero acaso obligo al piojoso del gato a que hurgue en el cubo día sí y otro también? La basura es mía y tiro en ella lo que quiero… Sonríe, Críspulo, que el Inspector te observa de forma rara.

CLOTILDE (hablando para sí)

Ay, Matilda, que se te ha ido la mano con el matarratas. Perdóname, Crispulito mío, si solo era una mijita de na, como una cagarruta de paloma, en el caldito que te subo diariamente, a eso de las doce. Lo justo para que te sintieses indispuesto y necesitases mis cuidados. De todas formas, mira que te lo tengo dicho: «Críspulo, que trece años esperando a que te me declares es una barbaridad y cualquier día hago una tontería». Ay, que me has dejado compuesta, sin novio y con el traje de novia por estrenar, Crispulín. Si hasta la etiqueta lleva colgada de una manga. Pues yo me lo pongo aunque sea para ir a tu entierro. Sonríe, Clotilde, que se acerca el Inspector.

VOLFRAMIO (hablando para sí)

¡Pues no me sale el muy desgraciado con que se ha deshecho de la quiniela premiada que teníamos a medias! Me la he comido —me dice tan tranquilo—. ¿Qué has hecho qué? —pregunto—. Pues eso, que me la he comido —contesta—. Es que me ha dado por pensar que, aburridos de ser riquísimos y de no dar un palo al agua, nos enviciábamos de por vida con las tragaperras y el vino de garrafón, y nos volvíamos unos degenerados —sobre todo tú porque a bandarria no te gana nadie—. Entonces, por tristeza o por hambre, me ha entrado como una desazón, y con los nervios me la he tragado y se me ha hecho un nudo gordísimo en la garganta. ¡Con decirte que me he tenido que ayudar de un chupito de anisete para que bajara!—. Maldita sea, Críspulo, ¡cómo no estés bien muerto, te remato por tonto! Disimula Volframio, que solo faltaba que te endilgasen esto.

ACTO CUARTO

NARRADOR

Máximo Disaster recorre la minúscula vivienda con las manos entrelazadas en la espalda. Los tres testigos permanecen callados, esbozando sonrisas forzadas. Rompe el tenso silencio la llegada de un chaval ataviado con camiseta marcona, en la que se lee escrito en grandes caracteres «EL MUSEO DEL PIONONO PICANTÓN, SI LO PRUEBA TENGA A MANO UN PORRÓN». Le siguen, en fila india, Dª Marité (los rulos protegidos por una redecilla), D. Marcial (zapatillas de cuadros), Gumersindo (delantal veteado de grasa) y un señor de Toledo jubilado (con boina) que pasaba por allí y tenía la mañana libre.

MUCHACHO

Como la puerta está abierta de par en par… oiga, ¿y no podrían ponerse de acuerdo y pedirlo todo de una vez? Es la tercera vez que vengo hoy a esta casa y la parienta ya empieza a creer que tengo un lío.

INSPECTOR

¿La tercera vez? Ajá, curioso. Esto me lleva a plantear tres nuevas preguntas, con las que ya sumo siete: ¿es usted, joven, el que cada día trae a esta casa kilo y cuarto de piononos?, ¿por qué motivo regresó hoy por segunda vez? Y lo más importante, ¿reparten en el barrio de Malasaña?

MUCHACHO

A su primera pregunta, Inspector, le diré que desde hace trece años servimos piononos al Sr. Críspulo y a su gato, que tienen un saque que pa qué. Respecto a la segunda cuestión le aclaro que aunque esta mañana comenté al Sr. Críspulo que se nos había derramao en la masa toito el mojo picón —porque la especialidad de la casa son los piononos picantones, ¿sabe usted? (señala la camiseta)— me pidió que se los trajese, y a la media hora encargó medio kilo más. En cuanto a su tercera pregunta, sepa usted que repartimos en Malasaña, pero con un recargo que te cagas.

MARITÉ (entrando en la salita)

Permítanme la interrupción. Es un momento de nada, que una no quiere molestar. ¿Podrían desplazar el tresillo un metro o cosa así hacia la derecha? Tal como están sentados me obligan a girar el cuello en una posición rarísima y empiezo a tenerlo acalambrado…(Dirigiendo la vista hacia el televisor) ¿Pero dónde está el gallo portugués que regalé a Críspulo?

MARCIAL

¿Qué pasa Volframio? Hoy nos quedamos sin prensa, por lo que veo. Un asesinato de nada y ya tenemos disculpa para cerrar el kiosco, ¿no?

INSPECTOR

¿Podría explicarme alguno de los presentes cómo se propagan las noticias con tal celeridad? No llevo aquí ni diez minutos.

GUMERSINDO (propietario de la tasca de abajo)

(Entrando en la salita) A mí me ha informado este señor de Toledo, jubilado por más señas, que todas las mañanas se sienta en aquel banco a dar de comer a las palomas, a los gorriones y a lo que se tercie, porque es muy discreto y no pide carné. Por mi parte, vengo en representación de los parroquianos de «El Calamar Frescachón». Preguntan si les puede adelantar algo, Inspector. Ya se han tomado el carajillo y tienen que irse a currar. Pero si quiere mi opinión —a modo de sugerencia—, el asesino es el de los piononos.

MUCHACHO

Sin faltar, oiga, que yo no me he metido con sus calamares frescachones y pa mí que el calamar gigante del Museo de Ciencias Naturales está más lozano.

MARCIAL

Pues yo creo que ha sido Marité, porque regalar un gallo tan feo es un auténtico crimen.

MARITÉ

Lo que pasa es que eres un envidioso al que nadie regala souvenires finos.

VOLFRAMIO

Y, además, tacaño. (Parodia la voz de Marcial) «¿No tenemos prensa por un asesinato de nada, Volfri?» Qué, ¿es que hoy pensabas aflojar la mosca, pa variar, o te fastidia no poder leerte el periodo de gratis como siempre y soltarme lo de «total para lo que hay que ver no merece la pena comprarlo»?

ACTO QUINTO

NARRADOR

El tresillo está ahora desocupado. Tan solo el señor de Toledo permanece sentado en la silla de mimbre, como si la cosa no fuese con él. De vez en cuando echa mano al bolsillo automáticamente, extrae un puñado de migas y las arroja a su alrededor. El resto de los presentes, de pie, se acusa estentórea y mutuamente.

INSPECTOR.

¡Baaaaaasta! ¡Hagan el favor de sentarse todos inmediatamente en riguroso silencio! Y el de los piononos, ¡deje de comerse los que ha traído, que pueden ser la prueba del delito! Aquí se ha cometido un crimen deleznable y yo, Máximo Disaster, voy a descubrir al culpable. ¡Toma rima!

NARRADOR

Todos se sientan atropelladamente en el tresillo. Es indudable que el Inspector sabe imponer su autoridad a pesar de su característica voz aflautada.

INSPECTOR

Situémonos en la mañana de autos y en el lugar de los hechos, o sea, aquí y ahora. Hace tres horas escasas, el fallecido, ayudado por su fiel gato, se ha metido entre pecho y espalda nada menos que dos kilos de piononos. Piononos picantones, para ser exactos, como los ahí presentes (señala la bandeja depositada sobre la mesa).

MUCHACHO

Perdone que le interrumpa, Inspector, pero como no me atice un trago de agua ahora mismo, en vaso o a morro indistintamente, voy a soltar una llamarada que ni un soplete de acetileno. Lo digo porque el señor ese de la boina —el que no ha dicho ni mu desde que ha llegado— está en mi radio de alcance.

INSPECTOR

Aguante un poco más, joven, que su indisposición me viene al pelo para ilustrar el razonamiento analítico. Ruego a todos los presentes que concentren su atención en el muchacho de la pastelería y no pierdan detalle: están asistiendo a una clara demostración del genuino «efecto pionono». Ya pueden dejar de mirarlo. Imaginen ahora al gato-perro, que también se ha despachado una buena ración de esa delicatesse, dormitando en el sofá sobre el que ahora se agolpan todos ustedes, aunque instalado en su ubicación original —la que ocupaba antes de que lo desplazasen a petición de esta amable vecina—, es decir, detrás de ese moderno televisor de pantalla extraplana con envolvente sonido surround. Fíjense en este detalle porque ahí está el quid de este singular caso.

MARITÉ

¿En el sonido «turrón»?

INSPECTOR

En la ubicación del televisor, justo entre el gato y el pasillo.

VOLFRAMIO

Hombre, Inspector, no le ponga a Marcial ejercicios difíciles: imaginar, lo que se dice imaginar, no creo que pueda. A él lo único que se le da bien es leer el periódico por la jeta.

MARCIAL

¿Sabes que otra cosa se me da bien por la jeta? Atizar guantás y estoy deseando demostrártelo para evitarte el esfuerzo de imaginarlo.

INSPECTOR

Tranquilícense todos, que pronto finiquitaré la explicación. Como les decía, el gato, que duerme placenteramente frente al televisor, siente repentinamente el mismo ardor estomacal que nuestro repartidor de piononos —cuya intensidad pueden juzgar por el tono verde-azulado de su cara y su rictus contenido—. Propulsado por el súbito escozor, brinca sobre sus cuatro patas cual pepinazo o —si me permiten la licencia poética— grácil fuego pirotécnico, y golpea en la caída al fino gallo portugués que reposa sobre el televisor.

MARITÉ

¡Pero que gato más bestia! Mi precioso souvenir…

MARCIAL

¡Ja! Ya sabía yo que la Marité estaba metida en el ajo.

CLOTILDE (señalando al repartidor)

Yo creo que ese muchacho necesita algo más que agua…

INSPECTOR

Prosigo y concluyo de inmediato. El gallo, impulsado por el golpe, sale despedido en dirección al cuarto de baño, cuya puerta trata de abrir Críspulo con entusiasmo, aquejado de similar sintomatología. El minino, entretanto, corre en pos del gallo, bien por el desconcierto, bien por equivocarlo con la pelota con la que probablemente se recrea en el parque. Críspulo —con la mano todavía en el pomo— se gira al oír el estrépito, el gallo le arrea un trompazo de no te menees y, atiza, en su movimiento de retroceso, al gato que corretea detrás, despojándolo de una de sus siete vidas.

JULIAN

Pero… pero… ¿quién es entonces el asesino?

INSPECTOR

¡¡LOS PIONONOS!! Por el momento me los llevo detenidos. Ya si eso, me pienso por el camino si a la comisaría o a casa, porque a mi lo picantón me pirra. ¡Buenos días, señores!

CRÍSPULO (presionándose la frente)

¡Ay, qué dolor de cabeza! ¿Sabes qué, Arturín? Los piononos picantones no me caen nada bien. ¿Y si nos pasamos a los judiones con morcilla?… (entrando en la salita con el gallo en la mano) ¿Pero qué hace aquí toda esta gente?

CAE EL TELÓN Y APLAUSOS

UNA CURIOSIDAD…

¿Conoces la leyenda del Gallo de Barcelos?

El gallo portugués que aparece en este obra se denomina en realidad «Gallo de Barcelos» y es conocido internacionalmente por haber protagonizado la siguiente leyenda:

Un peregrino gallego fue acusado de robo en Portugal y condenado a la horca injustamente. El peregrino advirtió al juez de que cuando comiese un gallo, éste comenzaría a cacarear para demostrar su inocencia. Por suerte para el peregrino, ese fue exactamente el menú que eligió el juez la noche del ahorcamiento. Cuando se disponía a hincar el tenedor, el gallo desplumado saltó de la fuente y recorrió cacareando toda la sala entre los gritos de los alguaciles. El juez, consciente de su error, partió raudo hacia el lugar donde tendría lugar la ejecución para descubrir, con alivio, que el gallego se había salvado de la muerte gracias a un nudo mal hecho.

Y esto es todo, queridos amigos. Si habéis sido capaces de llegar hasta el final de este post no puedo por más que agradeceros vuestro tiempo y esfuerzo. ¡Espero que os haya entretenido!

Acerca de Máximo Disaster

Traductora a tiempo completo y escribidora cuando puedo.
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7 respuestas a Los piononos desaparecidos

  1. ¿Nunca te has propuesto presentarte a algún concurso de guionista teatral? Con tu desbordada imaginación, creo que lo tendrías muy fácil: sabes llegar al meollo de la cuestión -a lo que realmente deseas expresar- con chispa. Lo que escribes hace reír -o sonreír-; pero, sobre todo, pensar. Y si al pensar liberamos endorfinas, mejor que mejor.

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  2. Je, je, cómo se nota que me tienes enchufe… besitos, mi crítica preferida.

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  3. Magdalena dijo:

    Querida Carmen: ¿ Quién es incapaz de dejar a medias el misterio de los piononos? ¡ Claro que he sido capaz de llegar al final ! Con esa capacidad que tú tienes para entretener al lector, lo que una desea, es que no se acabe. Me he reído muchísimo. Creo que te has equivocado de profesión. Yo, te recomiendo que presentes tus trabajos en una editorial o, donde corresponda.
    No dejes de hacerlo. Son geniales.
    Besiños palmeiráns

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  4. Pues que acabo de leer esto y me he reído mucho. Me parece que tienes una facilidad pasmosa para escribir cosa de todo tipo y un sentido del humor glorioso (añade aquí el comentario de Magdalena tan bien dicho)🤗🤗

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  5. Flipo contigo, Note: ¡lo tuyo sí que tiene mérito! Les tengo mucho cariño a estas obrillas (que, entre nosotros, ahora me parecen bastante carpetovetónicas) porque las escribía para unos talleres de teatro de adolescentes. Los diálogos eran tan largos, enrevesados y pasados de moda que ninguno de los actores conseguía memorizar más de dos líneas seguidas así que se inventaban el resto del libreto. El resultado era divertídisimo y, lo mejor todo, no había dos obras iguales…

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  6. Fantastico post. Gracias por aportarlo…Espero màs…

    Saludos

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