Una mañana cualquiera

La noticia fue un bombazo.

Los efectivos de la policía acudieron a la vivienda alertados por un vecino —informaba la portavoz polical, en el noticiario matutino, con exquisita voz impersonal—. La mujer estaba consciente, encogida sobre sí misma en una esquina, la cara tapada con las manos. Ante su actitud temerosa, los agentes optaron por esperar a la llegada del Samur. Uno de los hombres le cubrió el cuerpo con la colcha de la cama desecha. Le daba no sé qué verla así, medio desnuda. Pensó en retirarle las manos de la cara, para valorar posibles lesiones. Mejor no lo hagas, susurró su compañero anticipando su intención. Ya suena la sirena de la ambulancia —tranquilizó a la mujer—. Ésta asintió con la cabeza.

—No agentes, que va, no es la primera vez, ni la segunda. Esos dos siempre andan a la gresca. O haciéndose arrumacos. Lo uno o lo otro. No hay manera de que se comporten como personas normales. Es lo que tienen estos jovenzuelos de cabeza vacía. Se hacen famosos y quieren imitar a O. J. Simpson. Y siempre encuentran a alguno que les ríe las gracias o a alguna que pierde los sesos por sus bravuconadas. Yo no acostumbro a meterme en lo que no me llaman, pero esta vez la mujer no paraba de gritar. Como un cerdo en día de matanza, si me permiten la grosería. Tanto gritaba, que Maruja —así se llama mi esposa; ahora está en la cocina preparándose una manzanilla para el ardor de estómago— me hizo levantar de la cama para que telefonease a la policía. Eso me dijo: llama a la policía antes de que esos dos se maten o terminen conmigo de un soponcio. Y cálzate que hace frío. Sí, señor, todo empezó sobre las tres de la mañana. Llamé a la comisaría a eso de las tres y media, obligado, como les dije, por Maruja, porque no me gusta meterme en vidas ajenas. No sé, me da como pudor. Los gritos se silenciaron al poco de llamarles. Si acaso se oía algún gemido, pero también podían ser maullidos de gato, porque este barrio está plagado de ellos desde que les ponen sobras. Un asco. Pues ya les digo: o la había matado o habían vuelto a los arrumacos, vaya usted a saber.

Martín Valdivieso —Valdito—, llegó a casa, solo y con claros signos de embriaguez, al volante de un vehículo de gama alta —puntualizó la locutora de las noticias de la una, voz cantarina a través de las ondas—. Algunos testigos le vieron cenado con sus compañeros. Acudieron después a tomar unas copas a un conocido establecimiento —la voz cantarina dejó traslucir disgusto comedido—. La mujer había sido dada de alta. No había pruebas concluyentes contra el deportista. Más allá de los gritos alegados por un vecino y de lo narrado por los agentes, no había testigos directos ni tampoco la mujer quería interponer denuncia. Valdito juraba haberla encontrado en el suelo cuando entró en el domicilio y ella confirmaba esa versión. Es lo que tiene encerar el parqué, agente, que es muy traicionero y enseguida te das la costalada. Valdito achacaba a la borrachera y a su estado de estupor la demora en solicitar ayuda. La mujer volvía a confirmarlo sin apartar la vista de la pared. La Fiscalía no estaba convencida. Por ello, no obstante la ausencia de denuncia, manifestó su intención de investigar los hechos de oficio. Les mantendremos puntualmente informados. Damos paso a la publicidad.

Las voces de los periodistas del programa deportivo de sobremesa se cruzan acaloradas generando el clima de bar de barriada, de enfrentamiento de opereta, tan del gusto de la audiencia. Si hay que crear ambiente, se crea, para eso estamos. Ni birras faltan en la mesa de redacción. Cacahuetes no hay, qué pena. El jefe de sección ha ordenado retirarlos porque  los reporteros llenan los micrófonos de gorgojos y se quejan las señoritingas del programa cultural de media noche que, con la porquería de audiencia que tienen, más les valía estarse calladitos. Esto es lo que yo llamo un notición, tío. Nos apaña el programa durante un trimestre. Y hasta más, si dosificamos. Porque con la liga a medio gas y sin las salidas de tono de Luís Aragonés o Mouriño, cantan las noticias de relleno. Hasta de fútbol femenino hemos tirado, ahí es nada. ¿Qué será lo siguiente? ¿Competición de punto de cruz? A ver cómo gestionáis el asunto del jugador ese con exquisitez y sin saliros de madre, que os conozco.

—Aunque hasta el momento todos los indicios parecen señalar a Valdito, hemos de respetar, por encima de todo, la presunción de inocencia y dejar que la justicia actúe sin presiones ni juicios paralelos —aclara el conductor del programa, la voz profesional como la de un cirujano de aparato digestivo—. Por arrojar algo de luz sobre este escabroso asunto, hemos desplazado una unidad móvil hasta la vivienda del vecino que llamó a nuestros serviciales agentes. Aquí, redacción; estamos en el aire. ¿Alguna novedad? Nos comunican desde el lugar de los hechos que el vecino implicado ha salido a comprar la prensa y una docena de churros. Por el momento no podemos adelantar nuevos datos porque la esposa ha cerrado la puerta principal en las narices de nuestros compañeros. Al parecer abronca en este momento a la empleada del hogar por haber hablado con los periodistas sin autorización de la señora de la casa. Trataremos de abordar al marido a su regreso del encargo doméstico.

—Entretanto —dice uno de los contertulios—, yo mismo puedo ir anticipando algunos datos. Al menos hasta donde me lo permite el secreto profesional al que estamos obligados los profesionales del medio y los curas. Y los abogados —corrige alguien—. Bueno, y los abogados. Y los médicos —vuelve a la carga la misma voz—. Vale, y los médicos. Y los traductores —la voz sigue erre que erre—. ¿Quieres dejarlo ya? Como digo, sé de buena fuente cosas de interés. ¿Cosas de interés? —repite otro contertulio—. Y tanto. Por lo pronto que la mujer del futbolista es mucho mayor que él. Diez años como mínimo. ¿Y eso tiene importancia? —pregunta el otro—. Pues claro que la tiene. En términos de experiencia vital, diez años son muchos años. Una década, nada menos. Como la de los ochenta o los noventa. Ese pobre muchacho está iniciando primaria, como quien dice, y ella ya cursa el doctorado. Parece que tener años es malo —el conductor de programa se esfuerza por mostrarse ecuánime—. Bueno, malo, malo, no tiene por qué, pero los años consolidan manías y temperamentos. El niño pícaro se convierte en político, el bribón en chorizo y el astuto en letrado. Pero habrá algún chaval bueno —titubea el conductor—. Alguno, pero son los menos, y esos acaban de pringados o en una oenegé. La cuestión es que a mí esa mujer no me da buena espina. No sé, tiene cara de buena, y esas son las peores. Sobre todo si son rusas, porque esa es una rusa-rusa, que lo sepáis, y ya sabéis lo que significa eso. Yo no —responde cohibido el invitado al programa—. No conozco a ninguna rusa-rusa, ni siquiera a una rusa-sueca, por desgracia. Ni falta te hace porque tienen muy mala leche. A saber lo que le habrá dicho al pobre chaval. Pero a la que han llevado al hospital es a ella, no al jugador —la defiende otro de los contertulios—. Con la porrada de años que tiene —responde el primero— ya debiera saber que cuando un hombre toma unas copas de más, lo mejor es no molestarlo. Como mucho, servirle la penúltima. Pero hay mujeres que son así, no pueden remediarlo: te ven en un momento bajo y aprovechan para darte la vara. De cualquier forma, ya os he dicho que mis labios están sellados y no puedo contar de la misa la media. Pero si yo hablase…

Acerca de Máximo Disaster

Traductora a tiempo completo y escribidora cuando puedo.
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5 respuestas a Una mañana cualquiera

  1. Me encanta. Deberías dedicarte más al relato corto.

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  2. Estoy leyendo a Juan José Millás y noto que tenéis algo en común: sois incisivos en vuestros relatos.

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  3. Magdalena dijo:

    Lo has explicado tal cual. Violencia, miedo a denunciar y medios de comunicación que como dice una canción gallega » Fun polo vento, e vín, polo aire «.
    Decía Sartre: » A los verdugos se les reconoce siempre. Tienen cara de miedo».
    Besiños palmeiráns, guapetona,

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  4. Gracias, Magdalena. Hay algo que no puedo soportar de los comentaristas deportivos (y de la prensa rosa): esa propensión a juzgar y emitir juicios de valor sin ningún fundamento únicamente por ganar audiencia. Cuando oigo la frase «Sabemos por una fuente bien informada…» me pongo a temblar… Un besazo.

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