Cousas da vida

Cada mañana, desde hace doce años, mi hijo y yo hacemos la misma ruta hasta el colegio. El medio de transporte ha ido variando a medida que él se adentraba en la adolescencia y yo en la madurez. A la sillita infantil, siguió el patinete. Y a éste la bicicleta. Vino después el autobús y hoy, por las premuras del tiempo y, quizás también, porque nos hemos vueltos más sibaritas, el coche. Siempre con el firme convencimiento de que mañana «retomamos la bicicleta».

Echando una mirada retrospectiva a esos cuatro mil ochocientos treinta días —algo menos si descontamos los festivos y algunos trayectos compartidos en silencio y enfurruñados— no recuerdo una mañana en la que no hayamos llenado ese paseo con cuentos ideados a medias: tristes, divertidos, alocados, creíbles, ficticios, fantasiosos, absurdos, tontos o incluso gore, como en esta última temporada.

La serie de cuentos que titulo «Cosas de la vida» recoge algunas de esas historietas tejidas a dos manos. Son, en muchos casos, relatos inconclusos porque solemos llegar al instituto antes de alcanzar el desenlace. Aunque quizá esto no sea más que una disculpa de mal pagador y simplemente no los terminemos porque no tengamos ni idea de cómo hacerlo. Mi abuela, modista innovadora que, de haber nacido en esta época habría marcado tendencia, solía decir, cuando confeccionaba un modelo particularmente exigente, que el «diablo está en los acabados». Tenías más razón que un santo, abuela.