Hace un par de noches, en un arranque de inocencia impropio de mi edad, me senté ante el ordenador con intención de escribir un cuento sobre una de esas noticias breves que sirven de relleno cuando la actualidad remolonea y no da para cubrir un dominical: la lucha desigual entre una pequeña escuela de Minnesota (o tal vez de Cuenca, todavía no lo tenía muy claro) y la administración. Los niños y los maestros encarnarían a David, en tanto que Goliat estaría representado por la pesada maquinaria estatal. La razón de la disputa podría ser cualquiera —la decisión política de construir una urbanización, emprender actividades de fracking o establecer un campo de golf en el terreno ocupado por la escuelita—, lo mismo daba. Lo auténticamente relevante del relato sería el triunfo épico de la justicia frente a la sinrazón de la administración, personificada en unos políticos poco escrupulosos que, por corrupción, ignorancia o desidia, arrasaban los sueños de los niños. El desenlace, al más puro estilo hollywoodense, sería una escena trepidante en la que maestros y chavales se abrazaban entre risas y llantos mientras las excavadoras, con las palas vacías, abandonaban el patio de la escuelita pisoteando con las orugas el diminuto huerto escolar. En la escena de cierre, un niño, desprendiéndose de la mano de su madre, correría hacia una de las máquinas para entregar una margarita al conductor. Incluso tarareé la banda sonora: una de las maravillosas canciones de la película «Los niños del coro».
El cuento se me resistía: había un exceso de blancos y negros, una palpable ausencia de matices. Y siempre me han chirriado las historias en las que los buenos y los malos lo son durante las veinticuatro horas del día. Por ello, decidí posponerla a la espera de que la diosa Inspiración me echase un mano.
Eso fue hace un par de noches. Hoy, después de una batalla desigual contra la Junta por la supervivencia de una escuelita de música que poco importa a nadie, vuelvo a casa con el corazón encogido y la sensación de que la lucha de niños y maestros está perdida de antemano ante una administración, ciega y sorda, que se empeña en demostrarnos que sí, que la vida son blancos y negros; que entre cultura y rentabilidad, la primera siempre lleva las de perder; que todo se reduce a un «estás conmigo o contra mí»; y que si no tienes grandes titulares detrás, la razón nunca se pone de tu parte. Porque, para qué engañarnos, ¿a quién le importa la música? El día 1 de julio, si nadie lo remedia, mil quinientos chavales recogerán sus instrumentos y se irán a casa. Preguntándose en qué han fallado. Y no sabremos qué contestarles porque siempre les hemos hablado del poder de la justicia. Me tranquiliza, sin embargo, saber que la Junta podrá instalar su campo de golf: nuestros hijos no aprenderán música pero tendrán ocasión de ver como nuestros políticos mejoran su swing.
Y todos comeremos perdices.
La nuestra no es una gran causa: es una causa de andar por casa. Pero todos los grandes cambios están hechos de pequeños avances. Gracias por tu apoyo.
https://www.change.org/p/junta-municipal-de-hortaleza-m%C3%BAsica-c-c-sanchinarro
Firmado y compartido. A ver si hay suerte. O justicia. Por no intentarlo no habrá sido.
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Gracias, Luna: ¡siempre estás ahí! Veremos si hay suertecilla… Un beso.
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Por estas latitudes no solo te pasan con topadoras como si no hubiere espacio, también hacen que Goliat te reproche con tirones de pelo, de parte de los universales hombres de gorra y cachiporra, para corregir a los inadaptados que no aceptan los cambios del estado…y pensar que este somos todos, y cuando uno dice todos, es absolutamente todos, entonces por que arrogarse por embestidura, la poco cordura de no consultar ?
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Tienes razón, Daxiel: se evitaría tanto daño con solo saber escuchar… Sí, se que por esas tierras no tenéis fácil el día a día..
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Buenas tardes Carmen:
Decía don Francisco de Quevedo » Donde hay poca justicia es grave tener razón «.
Besiños palmeiráns.
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¡Cuánta razón tenía Don Francisco! Y tú siempre sabes encontrar la cita apropiada…. muchas gracias, Magdalena.
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Al leer tu comentario (o, más bien, la bella historia testimonio), se me han empañado los ojos. Lo mismo me ocurrió en el emocionante concierto del domingo (a pesar de las restricciones…) ofrecido por el Grupo Talía en el Auditorio de Hortaleza.
Ruego a quienes sientan amor por la música que se metan en Internet y lo vean y escuchen. Aunque no sea lo mismo que vivirlo en vivo.
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Estoy totalmente de acuerdo: fue precioso a pesar esa sensación triste de que probablemente sería el último… Un beso, palmeiranalibre.
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