Napoleón se compadece de sí mismo

Monólogo dramático en cuatro micro-actos

(incluye aclaraciones contextualizadoras prescindibles para los familiarizados con la biografía del protagonista)

Para mi querida Magdalena

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Un cuento de amor

El día que Arturo Pelopadre les confesó que cada vez que veía a Rosi le entraban retortijones, creyeron que se estaba metiendo con ella, y se rieron por si acaso, porque nunca se sabía por dónde iba a salir el malabestia de Pelopadre. Pero él no se reía. Y tenía la cara roja; eso lo podía notar cualquiera, a pesar de los granos de acné.

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Doña Lolita (Parte I de II)

Nací en un pueblo marinero, famoso por sus percebes y aguerridos contrabandistas, en una madrugada ventosa como no recuerdan otra los viejos del lugar. Mi madre, que en el momento de romper aguas mantenía una agria disputa con otra pescadera por la propiedad de un lote recién subastado, zanjó la espinosa cuestión separando las piernas y pariéndome sobre la caja de xoubas en litigio.

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Feliz Navidad

Fue la abadesa la que se empeñó en que la joven Marcela conociese mundo.

—¿Pero duda de la autenticidad de mi fe, Madre? ¿Cree que no merezco estar aquí?

—Desde que alertada por tus gimoteos, la hermana Portera te recogió en el torno, has sido la alegría de esta comunidad, bien lo sabes. Sin embargo, aquel regalo de Dios empaquetado en una humilde canastilla estrena hoy la mayoría de edad. El buen juicio me aconseja que antes de tomar los votos te relaciones con algo más que media docena de hermanas octogenarias. No pongo en duda tu fe, hija mía, pero más sabe el diablo por viejo que por diablo —la abadesa se persignó por si hubiese pecado de atrevida con el chascarrillo—: no quiero que una vez casada con el Señor lamentes no haber conocido varón de carne y hueso o, al menos, qué se cuece al otro lado de los gruesos muros que aíslan del mundanal ruido este recinto de recogimiento y sosegada clausura.

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El nudo

Son como dos gotas de agua: a ver cómo te apañas para diferenciarlas, decían las visitas a la parturienta que mostraba risueña a las dos ochomesinas. Con el tiempo se vio que Marisa y Maricarmen no eran tan iguales, por más que la madre se esforzase en resaltar el parecido con las mismas coletas tirantes y las faldas tableadas compradas por pares.

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Un restaurante con mucha clase

Caraculo estaba grillado, vale. Pero que se volara los sesos nos cogió por sorpresa a todos. No fue una decisión acordada, pero nadie ocupó su silla. Y allí seguía vacía, tarde tras tarde, cuando jugadores y curiosos nos apretujábamos en torno a la mesa de mus.

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El niño de los ojos negros

Solo una polaroid desvaída de dos chavales apoyados en un futbolín destartalado —bajito y regordete el uno, alto y flacucho el otro—, permaneció inamovible a los sucesivos cambios de decoración de su habitación de toda la vida. Cuando la despegó para llevársela al piso comprado a medias con su novia quedó en la pared un rectángulo tan nítido que se necesitaron tres manos de pintura para cubrirlo.

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La canción

Doñita Natividad era una mujer ilustrada, poco agraciada y demasiado alta para una época de hombres pequeños. Basta con mirar las fotografías coloreadas de entonces para darse cuenta de que le avergonzaba su altura: es la única con zapatos planos del grupo de muchachas que coquetean con la cámara tomadas del brazo, todo sonrisas, cinturas de avispa y faldas vaporosas.

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Mundo moderno

¡Pero que voy a ser hiperactiva, doctor! Esas son tonterías de mi marido. Simplemente no me gusta estar de brazos cruzados: hay tanto que hacer y las horas del día son tan pocas…

Qué cosas tiene usted: pues claro que disfruto paseando, leyendo o tomándome unas tortitas con nata, como todo hijo de vecino. Pero hacerlo porque sí, sin más, no me resulta gratificante. Prefiero buscar una finalidad práctica. Aprovecho para pasear mientras hago la compra, leo cuando lo exige mi trabajo de correctora freelance y me tomo unas tortitas si anticipo una inminente bajada de azúcar mientras corro los diez kilómetros diarios con los que me mantengo en forma. ¿Que cómo me sentiría si no tuviese obligaciones? No lo sé. Siempre tengo alguna.

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El asesor (II de II)

—Gracias, padrino, por tus cariñosas palabras. A partir de aquí continuaré yo con el relato, por alusiones y porque estoy más familiarizado con los pormenores.

A aquella primera reunión con la bella Chavela Semeantoja siguieron muchas otras en entornos más bucólicos, porque la rejoneadora de candentes ojos era muy dada a las rutas nocturnas, en particular, gastronómicas y salpicadas de estrellas Michelín. Y siempre con Amoroso de carabina, al que no había forma de dar avena forrajera por angula.

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El asesor (parte I de II)

La lectura siempre ha sido mi pasión. Y mi perdición. ¡Ah, la caligrafía con su sutil armonía! ¡Qué decir de esos graciosos grafemas cuyos trazos se unen delicadamente creando sílabas que conforman palabras y se encadenan en oraciones, frases y párrafos en vertiginoso crescendo! Pensad en esa cursiva, elegante cual acta notarial, o en la oronda negrita, ávida de atenciones, o en el discreto subrayado, sobrio como mayordomo de la Casa Real. ¿Y qué hay de esa coqueta virgulilla semejante a un pícaro guiño?

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La pesca

El consistorio se esforzó lo suyo por modernizar la plaza del pueblo: hasta un rocódromo de esos pusieron. Pero no hubo forma de llevar para allá a la chiquillería. Todos seguían yendo al descampado de la antigua fábrica de celulosa, que nos volvía locos con ese olor al que no te acostumbrabas ni en toda una vida: se te metía en el cerebro y te envenenaba el carácter. Cuando la derruyeron, se alegró el pueblo entero, pero quedó el descampado. Y los chavales acudían a él como moscas: que si va fulanito, que si va menganito, decían. Ya ve usted: si no había más que ratas, cascotes y mercurio.

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Pablo


darecadodemi.wordpress.com

Recalé hace hace bastantes meses en un blog literario diferente de cuanto había visto hasta entonces. De él me gustó todo: las ilustraciones vívidas en torno a un único protagonista, la presentación del autor, el motivo que le había llevado a escribir y la forma de contar las historias, con tal precisión y buen hacer narrativo que, más que leerlas, te parece estar escuchándolas o incluso viviéndolas. Lo que no imaginaba es que esos relatos me engancharían hasta el punto de que su lectura formaría parte de mi rutina diaria, como el café con leche sin lactosa de la mañana, el noticiario radiofónico de las 7:30 o el beso que cada día intento dar a mi hijo y del que siempre se escaquea.

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Cuestión de principios

¿Dónde está Felipín?, preguntaba invariablemente la madre durante el recuento nocturno de la prole, galardonada un 18 de julio con el «Premio Provincial de Natalidad» y sus correspondientes quince mil pesetas. «Aa-quí», contestaba una vocecita fina como hilo de sobrehilar. Y al ver al niño amarrado a su delantal la mujer se admiraba de que le hubiera salido tan apocado siendo ella manchega y el marido sargento chusquero del Ejército de Tierra, para qué te voy a contar.

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El hormiguero

El parque recién podado huele a primavera, a risa infantil, a alegría de vivir y a abono. Y aquí estoy yo, frente a un montón de niños correteantes y chillones, mareada por el olor a bosta, esperando a mi amiga de siempre y preguntándome cómo se torcerá mi vida esta vez.

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